VIVIENDO CON EL VIRUS

Hoy lunes la capital del país amaneció más vivaz que la semana pasada. La energía contenida en el autoarraigo domiciliario desde el pasado viernes, en razón de convertirnos en la zona cero mundial de la epidemia de influenza, se despliega por las pequeñas rendijas de los espacios públicos. Nada como ser algo importante, así sea en el número de casos fatales de la enfermedad. Aunque los taxis siguen vacíos, el bullicio de carros puebla las avenidas. Continúan despoblados los autobuses, el Metrobús y el trolebús, pero los supermercados y tiendas departamentales atienden a un número creciente de chilangos renuentes al encierro. Se percibe el rumor del contento porque quizá el miércoles se reabran restoranes, cines y teatros.

Hoy por hoy, el saludo más cordial entre dos personas que viven en la Cd. de México es ajustarse el cubreboca antes de hablar. Aunque los indicadores más importantes del desarrollo de la epidemia (número de personas ingresadas y número de personas dadas de alta) muestran una mejoría y hasta hoy van tres días sin muertos por la influenza A humana en el DF, el cubreboca sigue siendo la señal de alerta que todos mostramos. Este aditamento que nos emboza a todos ha sido cuestionado acerca de su eficacia. Es un asunto sobre el que hasta los que nada sabemos opinamos.

Hay quienes dicen que está "científicamente comprobado" que no sirve para nada, otros más arriesgados comentan que "si te toca, te toca", existen los que no lo usan por no verse mal y finalmente, los menos, aquellos que desatienden imprudentemente la medida sanitaria. Hace días hablé con mis contactos en la Universidad de Washington, campus Seattle, sobre la importancia de cubrirse la boca en lugares públicos y confirmé lo elemental: el cubreboca es la primer barrera física que impide la diseminación del virus de la influenza. Veamos.

El virus no viaja en el aire pues no es capaz de acorazarse en esporas y mantenerse activo en ese medio, algo que sí hacen las bacterias. El virus anida y se transporta en células o líquidos y allí permanece diez días hasta que pierde su eficacia. No muere, porque los virus no tienen vida, sino deja de tener las características que lo hacen letal, de tal modo que el contagio sólo se produce al tocar una superficie infectada y llevar a las mucosas el mal, o bien, que un infectado le estornude a uno en la cara o en las manos. De allí que es el lavado obsesivo de manos el método más seguro para evitar el contagio. De esto se entiende que es de similar importancia no tocarse ojos, boca, nariz y oídos con las manos sucias.

Pareciera el anterior un punto en contra del cubreboca, pues si el contagio no es por respirar aire con virus no se aprecia la ventaja de andar por la vida como el célebre ladrón Ruperto Tacuche. Sin embargo, si una persona infectada estornuda o tose, es mil veces más favorable a la salud que lo haga con cubreboca, pues en esa fibra se detendrá momentáneamente el virus que pudo haberse esparcido de inmediato a otros objetos. A las personas sanas nos cubre solamente de esta eventualidad de contagio directo de persona a persona. Nada más pero nada menos. El cubreboca es esencial en la lucha por detener la epidemia.

Son muchos los rumores que circulan sobre la influenza A/H1N1, ya no porcina sino humana, mucha información que puede desalentar el esfuerzo que los mexicanos estamos haciendo para enfrentar lo desconocido. Lo más seguro es informarnos en sitios confiables, lo que excluye a los noticiarios televisivos y radiofónicos. En el tema de las cifras el gobierno federal está terriblemente empantanado, pero es necesario prestar atención a las medidas que dicta el Dr. Córdova porque éstas surgen de un equipo internacional de expertos y no son ocurrencias de este funcionario. Digamos NO a las visiones apocalípticas y a las explicaciones conspirativas.

Vamos de gane.