miércoles, 26 de junio de 2013

VÁMONOS PARA BRASIL


El derecho universal al transporte, la salud, la alimentación. Un excelente artículo de Claudio Lomnitz, sobre las causas subyacentes en la actual situación levantisca del pueblo brasileño, una explicación de los rumbos sobre los que podría seguir la movilización y un señalamiento al actual gobierno de Dilma Rousseff.

¡Viva el Movimiento Pase Libre!
 Claudio Lomnitz


No ha faltado quien reciba al movimiento social que hoy campea en Brasil con aquello que los alemanes llaman shadenfreude, alegría por las penas del otro: ¿no que en Brasil todo iba tan bien? (Pregunta retórica, que usualmente da pie a una diatriba acerca de cómo el modelo de crecimiento económico de aquel país se agotó, de cuánto se exageraron los logros brasileños, etcétera.)

Pero independientemente de los problemas –muy reales– de Brasil, el Movimiento Pase Libre marca el surgimiento de un nuevo horizonte político, basado, en lo fundamental, en el reclamo por un piso básico y común de bienestar ciudadano, un bienestar común por el solo hecho de ser ciudadano.

 Además –y es un asunto notable– el movimiento es también una rebelión contra el pan y circo que ha caracterizado la política pública de los gobiernos de casi todo el mundo. La población del Brasil ha tenido la creatividad y el coraje para levantarse contra la celebración apoteósica de un deporte que ellos, quizá más que nadie en el mundo, han contribuido a crear. Pero a pesar del fanatismo futbolero de la nación brasileña, el asco se comprende.

Según la prensa financiera, Brasil gastará cerca 35 mil millones de dólares, entre el Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos. Hubo alguna vez un tiempo en que los jugadores de futbol vestían camisetas con las insignas de sus equipos, y ya. Hoy, los jugadores son un verdadero caleidoscopio de anuncios. Una chilena pasada en cámara lenta es como una ensalada de marcas girando en una licuadora.

Un jugador estrella como Neymar ganó 22.5 millones de euros el año pasado, de los cuales casi 70 por ciento venía por contratos por publicidad y anuncios. Algunos jugadores, como Messi, están siendo investigados por evasiones fiscales millonarias. Otros, como Cristiano Ronaldo, endosan compañías como Herbalife, que está en estos momentos siendo investigada en Estados Unidos por posible estafa piramidal. Lo cierto es que los jugadores no tienen mayor forma de saber si los productos que anuncian son buenos o malos, y poco importa (¡son tantos!). Lo que sí importa es que paguen sumas millonarias. A cambio de eso, aparecerá el jugador comiendo yogures, tomando brebajes, calzando zapatillas, o portando tarjetas de crédito. Siempre sonriendo, claro.

La inversión millonaria en obras faraónicas como las del mundial o las olimpiadas siempre se venden al público que las va a pagar con un artículo de fe bastante parecido a la doctrina económica de Ronald Reagan –el famoso trickle down economics o economía de goteo, que suponía que el ofrecimiento de incentivos fiscales o de inversión pública para los grandes capitales atraería inversiones que acabarían por beneficiar a todos–, es decir que la política favorable a las grandes corporaciones salpicaría de beneficios a todos. Pero, al igual que la doctrina Reagan, las inversiones en olimpiadas y mundiales conllevan enormes desigualdades: la ciudadanía de Brasil debe pagar 35 mil millones de dólares para que Neymar siga cobrando sus 22 millones de euros al año, para que las corporaciones hagan su publicidad, y para que los habitantes de Río sigan viviendo como viven.
 
Los reclamos del Movimiento Pase Libre se emparentan con los partidos llamados piratas del norte de Europa, en el sentido de que buscan crear o fortalecer los espacios públicos, de bien común, abiertos a toda la población: el transporte urbano debe ser gratis y de buena calidad, el Internet y el acceso a la comunicación debe ser gratuito, la escuela debe ser gratuita y de buena calidad…

Hay quien dice que se trata en ambos casos de reclamos populistas, que quebrarían a cualquier Estado. Puede ser. Pero habría que echar números, y abrir la discusión pública. Porque hasta ahora, los subsidios favorecen desproporcionadamente a sectores minoritarios, y nunca se cuestiona si los gastos son o no populistas o sustentables. (¿Tiene Brasil con qué pagar 35 mil millones?).

Por ejemplo, en la ciudad de Sao Paulo circulan 5 millones de coches diarios. Las calles están atascadas, y toda la población gasta horas diarias en transporte. Pero sólo 20 por ciento de la población tiene coche. ¿Cuánto cuesta en dineros públicos pagar las vías para todos esos coches? ¿Cuánto en horas de trabajo improductivas? No lo sabemos. Pero sí sabemos que nadie dice que pagar una ciudad echa para 20 por ciento sea una medida populista o impagable. El reclamo de transporte gratuito se tendría que discutir con las cuentas de los gastos en pro del coche en la mano, y el subsidio gubernamental tendría que ser para la mayoría –los usuarios de transporte público– simplemente por el hecho de que son mayoría.

En esto el Movimiento Pase Libre lleva una enorme delantera a nivel imaginación económica respecto de la línea tradicional del PT. Hay que recordar que Lula fue obrero de la industria automotriz, y el romance proletario con el automóvil estaba muy en la base de la idea de progreso apoyada por ese partido. El Movimiento Pase Libre está reclamando, y de inmediato, otra cosa: basta de inversiones faraónicas hechas con la idea de que a largo plazo, todos estarán mejor. Hay que invertir las prioridades del Estado: garantizar primero un piso de bienestar general y fortalecer los espacios comunes y libres para la convivencia, las calles, los parques, el Internet. Eso tendría un efecto de goteo para toda la economía, pero con base en un sistema de riego menos radicalmente desigual.


miércoles, 19 de junio de 2013

MONSIVÁIS A TRES AÑOS



Hoy se cumplen tres años de la muerte de Carlos Monsiváis. Perodista, escritor, ensayista, crítico. Un hombre y un pensamiento indispensables del México contemporáneo.


viernes, 14 de junio de 2013

domingo, 2 de junio de 2013

DE LAS BOCAS DE LOS BEBÉS



Me asedia una nota sobre el crecimiento de la economía mexicana, pero he sabido resistirlo y al mismo tiempo cambiar el acoso por una tentación, que por gracia divina tiene dos soluciones: resistirla o caer de lleno en sus brazos. En tanto resuelvo semejante dilema, reproduzco un artículo de mi Nobel favorito, Paul Krugman, en el que dicta una rápida nota al conservadurismo norteamericano acerca de la importancia de los subsidios -puntuales, transparentes- alimentarios en una economía deprimida, como es la nuestra. Vale, como diría el Mato.

De las bocas de los bebés
Paul Krugman

Como muchos observadores, leo a menudo los informes sobre los tejemanejes políticos con una especie de cansado cinismo. Sin embargo, de cuando en cuando, los políticos hacen algo tan erróneo, fundamentalmente y moralmente, que el cinismo no basta para combatirlo; en vez de eso llega la hora de enfadarse muchísimo. Es lo que sucede con la fea y destructiva batalla contra los cupones para alimentos. El programa de cupones —que hoy en día utiliza en realidad tarjetas de débito y se conoce oficialmente como Programa de Ayuda Nutricional Suplementaria— intenta ofrecer una ayuda pequeña, pero crucial, a las familias necesitadas. Y está meridianamente claro que la inmensa mayoría de los receptores de los cupones para alimentos realmente necesitan esa ayuda y que el programa tiene muchísimo éxito en la reducción de la “inseguridad alimentaria”, que hace que las familias pasen hambre al menos en ocasiones.

Los cupones para alimentos han desempeñado una función especialmente útil —en realidad, casi heroica— en los últimos años. De hecho, han cumplido una triple misión.

En primer lugar, mientras millones de trabajadores se quedaban en paro sin tener ninguna culpa, muchas familias recurrían a los cupones para comida para que les ayudasen a ir tirando; y aunque la ayuda alimentaria no sustituye a un buen trabajo, ha paliado considerablemente la miseria. Los cupones para alimentos han sido especialmente útiles para esos niños que, sin ellos, estarían viviendo en la pobreza extrema, definida como unos ingresos de menos de la mitad de los que determinan el umbral de pobreza oficial.

Pero hay más. ¿Por qué está deprimida nuestra economía? Porque muchos agentes económicos han recortado drásticamente el gasto al mismo tiempo, mientras que relativamente pocos agentes estaban dispuestos a gastar más. Y, debido a que la economía no es como una familia individual —sus gastos son mis ingresos, mis ingresos son sus gastos—, la consecuencia ha sido un descenso generalizado de los ingresos y una caída en picado del empleo. Necesitábamos desesperadamente (y seguimos necesitando) políticas públicas que fomenten un aumento del gasto de manera temporal; y la ampliación de los cupones para alimentos, que ayudan a las familias que viven al límite y les permiten gastar más en otras necesidades, es justo una de esas políticas.

De hecho, los cálculos de la consultora Moody’s Analytics indican que cada dólar gastado en cupones para alimentos en una economía deprimida hace que el PIB suba alrededor de 1,7 dólares (lo cual significa, por cierto, que gran parte del dinero desembolsado para ayudar a las familias necesitadas, en realidad vuelve directamente al Gobierno en forma de aumento de los ingresos).

Pero esperen, aún no hemos terminado. Los cupones para alimentos reducen enormemente la inseguridad alimentaria entre los niños de familias con ingresos bajos, lo cual, a su vez, aumenta enormemente sus posibilidades de obtener buenos resultados en el colegio y crecer hasta convertirse en adultos productivos y con éxito. Así que los cupones para alimentos son, en un sentido muy real, una inversión en el futuro del país (una inversión que a largo plazo, casi con seguridad, reducirá el déficit presupuestario, porque los adultos del mañana también son los contribuyentes del mañana).

¿Y qué quieren hacer los republicanos con este programa lleno de virtudes? Lo primero, reducirlo; luego, acabar con él a todos los efectos.

La parte de la reducción se deriva del último proyecto de ley agrícola publicado por el Comité de Agricultura de la Cámara (por motivos históricos, el programa de cupones para alimentos lo gestiona el Departamento de Agricultura). Ese proyecto de ley expulsaría del programa a unos dos millones de personas. Deben tener presente, por cierto, que uno de los efectos del embargo ha sido la grave amenaza a la que se enfrenta un programa diferente, pero relacionado, que proporciona ayuda alimentaria a millones de madres embarazadas, bebés y niños. Garantizar que la siguiente generación crezca con carencias nutricionales; eso es lo que ahora se llama tener visión de futuro.

¿Y por qué deben reducirse los cupones para alimentos? No podemos permitírnoslos, dicen políticos como el republicano Stephen Fincher, representante por Tennessee, quien respaldó su postura con citas bíblicas (y quien resulta que también ha recibido personalmente millones de dólares en subsidios agrarios a lo largo de los años).

Estos recortes, sin embargo, son solo el principio de la batalla contra los cupones para alimentos. Recuerden, el presupuesto del representante Paul Ryan sigue siendo la postura oficial del Partido Republicano en cuanto a política fiscal, y ese presupuesto exige convertir los cupones para alimentos en un programa único de subvenciones con un coste drásticamente reducido. Si esta propuesta hubiese estado en vigor cuando nos golpeó la Gran Recesión, el programa de cupones para alimentos no podría haberse ampliado de la forma en que se amplió, lo que se traduciría en muchísimas más penurias, entre ellas mucha hambre sin paliativos, para millones de estadounidenses, y para los niños en particular.

Miren, yo entiendo las supuestas razones lógicas: nos estamos convirtiendo en un país de receptores, y hacer cosas como dar de comer a los niños pobres y proporcionarles una asistencia sanitaria aceptable solo sirve para generar una cultura de dependencia; y es esa cultura de dependencia, no los banqueros sin control, la que de algún modo ha causado la crisis económica.

Pero me pregunto si ni siquiera los republicanos se creen de verdad esa historia; o, al menos, confían lo suficiente en su diagnóstico para justificar unas políticas que, más o menos literalmente, les quitan la comida de la boca a los niños hambrientos. Como he dicho, hay ocasiones en las que el cinismo no basta; este es un momento para estar muy, muy, enfadado.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de Economía de Princeton.