martes, 24 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD 2013



Creo que como para muchos, este año fue especialmente difícil para mí. Nada que no haya sido superado ya. Doy especialmente gracias a todas aquellas personas que estuvieron cercanas en ese trance. Deseo que todos y todas pasen esta noche de Navidad sobrados de alegría, de música, de vino, de viandas. Pasemos la Navidad en paz y con amor.

domingo, 8 de diciembre de 2013

DOS ANIVERSARIOS DOS


No me había dado cuenta qué fecha tan importante para el rock es el 8 de diciembre. La efeméride de hoy señala el 33 aniversario de la muerte del gran John Lennon y al mismo tiempo el aniversario 70 del nacimiento del Rey Lagarto, Jim Morrison.

Salen dos rolas de ellos:

Imagine - John Lennon from Cosmic Voyager on Vimeo.



miércoles, 30 de octubre de 2013

AGUSTÍN LARA, EL FLACO DE ORO


Festejemos el 113° aniversario del nacimiento de nuestro Flaco de Oro, Agustín Lara.

 

lunes, 28 de octubre de 2013

CRUCIFY YOUR MIND

El artista que la fama recordó.

Hermann Bellinghausen http://www.jornada.unam.mx/2013/10/28/opinion/a12a1cul

sábado, 13 de julio de 2013

AL CUMPLIR LOS 80

Una curiosa reflexión sobre la vejez, por Oliver Sacks, un neurólogo inglés de quien tuve conocimiento a través de textos que me presentaron mis hijos y que desde luego recomiendo. Entre sus obras destacan Los ojos de la mente, Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Su último libro, Alucinaciones, lo publicará próximamente Anagrama. Yo leí Un antropólogo en Marte, que muestra siete ensayos sobre las paradojas de las enfermedades neuronales.

Al cumplir los 80
Oliver Sacks

Anoche soñé con el mercurio: enormes y relucientes glóbulos de azogue que subían y bajaban. El mercurio es el elemento número 80, y mi sueño fue un recordatorio de que muy pronto los años que iba a cumplir también serían 80. Desde que era un niño, cuando conocí los números atómicos, para mí los elementos de la tabla periódica y los cumpleaños han estado entrelazados. A los 11 años podía decir: “soy sodio” (elemento 11), y cuando tuve 79 años, fui oro. Hace unos años, cuando le di a un amigo una botella de mercurio por su 80º cumpleaños (una botella especial que no podía tener fugas ni romperse) me miró de una forma peculiar, pero más adelante me envió una carta encantadora en la que bromeaba: “tomo un poquito todas las mañanas, por salud”.

¡80 años! Casi no me lo creo. Muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado. Mi madre era la decimosexta de 18 niños; yo fui el más joven de sus cuatro hijos, y casi el más joven del vasto número de primos de su lado de su familia. Siempre fui el más joven de mi clase en el instituto. He mantenido esta sensación de ser siempre el más joven, aunque ahora mismo ya soy prácticamente la persona más vieja que conozco.

A los 41 años pensé que me moriría: tuve una mala caída y me rompí una pierna haciendo a solas montañismo. Me entablillé la pierna lo mejor que pude y empecé a descender la montaña torpemente, ayudándome solo de los brazos. En las largas horas que siguieron me asaltaron los recuerdos, tanto los buenos como los malos. La mayoría surgían de la gratitud: gratitud por lo que me habían dado otros, y también gratitud por haber sido capaz de devolver algo (el año anterior se había publicado Despertares).

 A los 80 años, con un puñado de problemas médicos y quirúrgicos, aunque ninguno de ellos vaya a incapacitarme. Me siento contento de estar vivo: “¡Me alegro de no estar muerto!”. Es una frase que se me escapa cuando hace un día perfecto. (Esto lo cuento como contraste a una anécdota que me contó un amigo. Paseando por París con Samuel Beckett durante una perfecta mañana de primavera, le dijo: “¿Un día como este no hace que le alegre estar vivo?”. A lo que Beckett respondió: “Yo no diría tanto”). Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas –algunas maravillosas, otras horribles— y por haber sido capaz de escribir una docena de libros, por haber recibido innumerables cartas de amigos, colegas, y lectores, y por disfrutar de mantener lo que Nathaniel Hawthorne llamaba “relaciones con el mundo”.

Siento haber perdido (y seguir perdiendo) tanto tiempo; siento ser tan angustiosamente tímido a los 80 como lo era a los 20; siento no hablar más idiomas que mi lengua materna, y no haber viajado ni haber experimentado otras culturas más ampliamente.

Siento que debería estar intentado completar mi vida, signifique lo que signifique eso de “completar una vida”. Algunos de mis pacientes, con 90 o 100 años, entonan el nunc dimittis —“He tenido una vida plena, y ahora estoy listo para irme”—. Para algunos de ellos, esto significa irse al cielo, y siempre es el cielo y no el infierno, aunque tanto a Samuel Johnson como a Boswell les estremecía la idea de ir al infierno, y se enfurecían con Hume, que no creía en tales cosas. Yo no tengo ninguna fe en (ni deseo de) una existencia posmortem, más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis libros sigan “hablando” con la gente después de mi muerte.

El poeta W. H. Auden decía a menudo que pensaba vivir hasta los 80 y luego “marcharse con viento fresco” (vivió solo hasta los 67). Aunque han pasado 49 años desde su muerte yo sueño a menudo con él, de la misma manera que sueño con Luria, y con mis padres y con antiguos pacientes. Todos se fueron hace ya mucho tiempo, pero los quise y fueron importantes en mi vida.

A los 80 se cierne sobre uno el espectro de la demencia o del infarto. Un tercio de mis contemporáneos están muertos, y muchos más se ven atrapados en existencias trágicas y mínimas, con graves dolencias físicas o mentales. A los 80 las marcas de la decadencia son más que aparentes. Las reacciones se han vuelto más lentas, los nombres se te escapan con más frecuencia y hay que administrar las energías pero, con todo, uno se encuentra muchas veces pletórico y lleno de vida, y nada “viejo”. Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más, y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes de la vida, como insistía Freud.


Cuando me llegue la hora, espero poder morir en plena acción, como Francis Crick. Cuando le dijeron, a los 85 años, que tenía un cáncer mortal, hizo una breve pausa, miró al techo, y pronunció: “Todo lo que tiene un principio tiene que tener un final”, y procedió a seguir pensando en lo que le tenía ocupado antes. Cuando murió, a los 88, seguía completamente entregado a su trabajo más creativo.

Mi padre, que vivió hasta los 94, dijo muchas veces que sus 80 años habían sido una de las décadas en las que más había disfrutado en su vida. Sentía, como estoy empezando a sentir yo ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental. Uno tiene una larga experiencia de la vida, y no solo de la propia, sino también de la de los demás. Hemos visto triunfos y tragedias, ascensos y declives, revoluciones y guerras, grandes logros y también profundas ambigüedades. Hemos visto el surgimiento de grandes teorías, para luego ver cómo los hechos obstinados las derribaban. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más consciente de la belleza. A los 80 años uno puede tener una mirada amplia, y una sensación vívida, vivida, de la historia que no era posible tener con menos edad. Yo soy capaz de imaginar, de sentir en los huesos, lo que supone un siglo, cosa que no podía hacer cuando tenía 40 años, o 60. No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época de ocio y libertad, liberados de las urgencias artificiosas de días pasados, libres para explorar lo que deseemos, y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida. Tengo ganas de tener 80 años.

viernes, 12 de julio de 2013

miércoles, 26 de junio de 2013

VÁMONOS PARA BRASIL


El derecho universal al transporte, la salud, la alimentación. Un excelente artículo de Claudio Lomnitz, sobre las causas subyacentes en la actual situación levantisca del pueblo brasileño, una explicación de los rumbos sobre los que podría seguir la movilización y un señalamiento al actual gobierno de Dilma Rousseff.

¡Viva el Movimiento Pase Libre!
 Claudio Lomnitz


No ha faltado quien reciba al movimiento social que hoy campea en Brasil con aquello que los alemanes llaman shadenfreude, alegría por las penas del otro: ¿no que en Brasil todo iba tan bien? (Pregunta retórica, que usualmente da pie a una diatriba acerca de cómo el modelo de crecimiento económico de aquel país se agotó, de cuánto se exageraron los logros brasileños, etcétera.)

Pero independientemente de los problemas –muy reales– de Brasil, el Movimiento Pase Libre marca el surgimiento de un nuevo horizonte político, basado, en lo fundamental, en el reclamo por un piso básico y común de bienestar ciudadano, un bienestar común por el solo hecho de ser ciudadano.

 Además –y es un asunto notable– el movimiento es también una rebelión contra el pan y circo que ha caracterizado la política pública de los gobiernos de casi todo el mundo. La población del Brasil ha tenido la creatividad y el coraje para levantarse contra la celebración apoteósica de un deporte que ellos, quizá más que nadie en el mundo, han contribuido a crear. Pero a pesar del fanatismo futbolero de la nación brasileña, el asco se comprende.

Según la prensa financiera, Brasil gastará cerca 35 mil millones de dólares, entre el Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos. Hubo alguna vez un tiempo en que los jugadores de futbol vestían camisetas con las insignas de sus equipos, y ya. Hoy, los jugadores son un verdadero caleidoscopio de anuncios. Una chilena pasada en cámara lenta es como una ensalada de marcas girando en una licuadora.

Un jugador estrella como Neymar ganó 22.5 millones de euros el año pasado, de los cuales casi 70 por ciento venía por contratos por publicidad y anuncios. Algunos jugadores, como Messi, están siendo investigados por evasiones fiscales millonarias. Otros, como Cristiano Ronaldo, endosan compañías como Herbalife, que está en estos momentos siendo investigada en Estados Unidos por posible estafa piramidal. Lo cierto es que los jugadores no tienen mayor forma de saber si los productos que anuncian son buenos o malos, y poco importa (¡son tantos!). Lo que sí importa es que paguen sumas millonarias. A cambio de eso, aparecerá el jugador comiendo yogures, tomando brebajes, calzando zapatillas, o portando tarjetas de crédito. Siempre sonriendo, claro.

La inversión millonaria en obras faraónicas como las del mundial o las olimpiadas siempre se venden al público que las va a pagar con un artículo de fe bastante parecido a la doctrina económica de Ronald Reagan –el famoso trickle down economics o economía de goteo, que suponía que el ofrecimiento de incentivos fiscales o de inversión pública para los grandes capitales atraería inversiones que acabarían por beneficiar a todos–, es decir que la política favorable a las grandes corporaciones salpicaría de beneficios a todos. Pero, al igual que la doctrina Reagan, las inversiones en olimpiadas y mundiales conllevan enormes desigualdades: la ciudadanía de Brasil debe pagar 35 mil millones de dólares para que Neymar siga cobrando sus 22 millones de euros al año, para que las corporaciones hagan su publicidad, y para que los habitantes de Río sigan viviendo como viven.
 
Los reclamos del Movimiento Pase Libre se emparentan con los partidos llamados piratas del norte de Europa, en el sentido de que buscan crear o fortalecer los espacios públicos, de bien común, abiertos a toda la población: el transporte urbano debe ser gratis y de buena calidad, el Internet y el acceso a la comunicación debe ser gratuito, la escuela debe ser gratuita y de buena calidad…

Hay quien dice que se trata en ambos casos de reclamos populistas, que quebrarían a cualquier Estado. Puede ser. Pero habría que echar números, y abrir la discusión pública. Porque hasta ahora, los subsidios favorecen desproporcionadamente a sectores minoritarios, y nunca se cuestiona si los gastos son o no populistas o sustentables. (¿Tiene Brasil con qué pagar 35 mil millones?).

Por ejemplo, en la ciudad de Sao Paulo circulan 5 millones de coches diarios. Las calles están atascadas, y toda la población gasta horas diarias en transporte. Pero sólo 20 por ciento de la población tiene coche. ¿Cuánto cuesta en dineros públicos pagar las vías para todos esos coches? ¿Cuánto en horas de trabajo improductivas? No lo sabemos. Pero sí sabemos que nadie dice que pagar una ciudad echa para 20 por ciento sea una medida populista o impagable. El reclamo de transporte gratuito se tendría que discutir con las cuentas de los gastos en pro del coche en la mano, y el subsidio gubernamental tendría que ser para la mayoría –los usuarios de transporte público– simplemente por el hecho de que son mayoría.

En esto el Movimiento Pase Libre lleva una enorme delantera a nivel imaginación económica respecto de la línea tradicional del PT. Hay que recordar que Lula fue obrero de la industria automotriz, y el romance proletario con el automóvil estaba muy en la base de la idea de progreso apoyada por ese partido. El Movimiento Pase Libre está reclamando, y de inmediato, otra cosa: basta de inversiones faraónicas hechas con la idea de que a largo plazo, todos estarán mejor. Hay que invertir las prioridades del Estado: garantizar primero un piso de bienestar general y fortalecer los espacios comunes y libres para la convivencia, las calles, los parques, el Internet. Eso tendría un efecto de goteo para toda la economía, pero con base en un sistema de riego menos radicalmente desigual.


miércoles, 19 de junio de 2013

MONSIVÁIS A TRES AÑOS



Hoy se cumplen tres años de la muerte de Carlos Monsiváis. Perodista, escritor, ensayista, crítico. Un hombre y un pensamiento indispensables del México contemporáneo.


viernes, 14 de junio de 2013

domingo, 2 de junio de 2013

DE LAS BOCAS DE LOS BEBÉS



Me asedia una nota sobre el crecimiento de la economía mexicana, pero he sabido resistirlo y al mismo tiempo cambiar el acoso por una tentación, que por gracia divina tiene dos soluciones: resistirla o caer de lleno en sus brazos. En tanto resuelvo semejante dilema, reproduzco un artículo de mi Nobel favorito, Paul Krugman, en el que dicta una rápida nota al conservadurismo norteamericano acerca de la importancia de los subsidios -puntuales, transparentes- alimentarios en una economía deprimida, como es la nuestra. Vale, como diría el Mato.

De las bocas de los bebés
Paul Krugman

Como muchos observadores, leo a menudo los informes sobre los tejemanejes políticos con una especie de cansado cinismo. Sin embargo, de cuando en cuando, los políticos hacen algo tan erróneo, fundamentalmente y moralmente, que el cinismo no basta para combatirlo; en vez de eso llega la hora de enfadarse muchísimo. Es lo que sucede con la fea y destructiva batalla contra los cupones para alimentos. El programa de cupones —que hoy en día utiliza en realidad tarjetas de débito y se conoce oficialmente como Programa de Ayuda Nutricional Suplementaria— intenta ofrecer una ayuda pequeña, pero crucial, a las familias necesitadas. Y está meridianamente claro que la inmensa mayoría de los receptores de los cupones para alimentos realmente necesitan esa ayuda y que el programa tiene muchísimo éxito en la reducción de la “inseguridad alimentaria”, que hace que las familias pasen hambre al menos en ocasiones.

Los cupones para alimentos han desempeñado una función especialmente útil —en realidad, casi heroica— en los últimos años. De hecho, han cumplido una triple misión.

En primer lugar, mientras millones de trabajadores se quedaban en paro sin tener ninguna culpa, muchas familias recurrían a los cupones para comida para que les ayudasen a ir tirando; y aunque la ayuda alimentaria no sustituye a un buen trabajo, ha paliado considerablemente la miseria. Los cupones para alimentos han sido especialmente útiles para esos niños que, sin ellos, estarían viviendo en la pobreza extrema, definida como unos ingresos de menos de la mitad de los que determinan el umbral de pobreza oficial.

Pero hay más. ¿Por qué está deprimida nuestra economía? Porque muchos agentes económicos han recortado drásticamente el gasto al mismo tiempo, mientras que relativamente pocos agentes estaban dispuestos a gastar más. Y, debido a que la economía no es como una familia individual —sus gastos son mis ingresos, mis ingresos son sus gastos—, la consecuencia ha sido un descenso generalizado de los ingresos y una caída en picado del empleo. Necesitábamos desesperadamente (y seguimos necesitando) políticas públicas que fomenten un aumento del gasto de manera temporal; y la ampliación de los cupones para alimentos, que ayudan a las familias que viven al límite y les permiten gastar más en otras necesidades, es justo una de esas políticas.

De hecho, los cálculos de la consultora Moody’s Analytics indican que cada dólar gastado en cupones para alimentos en una economía deprimida hace que el PIB suba alrededor de 1,7 dólares (lo cual significa, por cierto, que gran parte del dinero desembolsado para ayudar a las familias necesitadas, en realidad vuelve directamente al Gobierno en forma de aumento de los ingresos).

Pero esperen, aún no hemos terminado. Los cupones para alimentos reducen enormemente la inseguridad alimentaria entre los niños de familias con ingresos bajos, lo cual, a su vez, aumenta enormemente sus posibilidades de obtener buenos resultados en el colegio y crecer hasta convertirse en adultos productivos y con éxito. Así que los cupones para alimentos son, en un sentido muy real, una inversión en el futuro del país (una inversión que a largo plazo, casi con seguridad, reducirá el déficit presupuestario, porque los adultos del mañana también son los contribuyentes del mañana).

¿Y qué quieren hacer los republicanos con este programa lleno de virtudes? Lo primero, reducirlo; luego, acabar con él a todos los efectos.

La parte de la reducción se deriva del último proyecto de ley agrícola publicado por el Comité de Agricultura de la Cámara (por motivos históricos, el programa de cupones para alimentos lo gestiona el Departamento de Agricultura). Ese proyecto de ley expulsaría del programa a unos dos millones de personas. Deben tener presente, por cierto, que uno de los efectos del embargo ha sido la grave amenaza a la que se enfrenta un programa diferente, pero relacionado, que proporciona ayuda alimentaria a millones de madres embarazadas, bebés y niños. Garantizar que la siguiente generación crezca con carencias nutricionales; eso es lo que ahora se llama tener visión de futuro.

¿Y por qué deben reducirse los cupones para alimentos? No podemos permitírnoslos, dicen políticos como el republicano Stephen Fincher, representante por Tennessee, quien respaldó su postura con citas bíblicas (y quien resulta que también ha recibido personalmente millones de dólares en subsidios agrarios a lo largo de los años).

Estos recortes, sin embargo, son solo el principio de la batalla contra los cupones para alimentos. Recuerden, el presupuesto del representante Paul Ryan sigue siendo la postura oficial del Partido Republicano en cuanto a política fiscal, y ese presupuesto exige convertir los cupones para alimentos en un programa único de subvenciones con un coste drásticamente reducido. Si esta propuesta hubiese estado en vigor cuando nos golpeó la Gran Recesión, el programa de cupones para alimentos no podría haberse ampliado de la forma en que se amplió, lo que se traduciría en muchísimas más penurias, entre ellas mucha hambre sin paliativos, para millones de estadounidenses, y para los niños en particular.

Miren, yo entiendo las supuestas razones lógicas: nos estamos convirtiendo en un país de receptores, y hacer cosas como dar de comer a los niños pobres y proporcionarles una asistencia sanitaria aceptable solo sirve para generar una cultura de dependencia; y es esa cultura de dependencia, no los banqueros sin control, la que de algún modo ha causado la crisis económica.

Pero me pregunto si ni siquiera los republicanos se creen de verdad esa historia; o, al menos, confían lo suficiente en su diagnóstico para justificar unas políticas que, más o menos literalmente, les quitan la comida de la boca a los niños hambrientos. Como he dicho, hay ocasiones en las que el cinismo no basta; este es un momento para estar muy, muy, enfadado.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de Economía de Princeton.

sábado, 4 de mayo de 2013

ME ESTÁ DOLIENDO UNA PENA

Hacía mucho tiempo que no escuchaba a Patxi Andion. Como dice mi amigo Arnulfo, son: "Canciones creadas en los tiempos que los españoles creían superados, por eso pasan ahora las de Caín". Esta que reproduzco es una de mis favoritas.



"Me está ganando esta pena.. "

domingo, 21 de abril de 2013

LA DEPRESIÓN DEL EXCEL



Krugman nos muestra la necesidad de ir hasta las últimas consecuencias académicas cuando el economicismo, de la mano del dogma, inunda la verborrea de los políticos y economistas venales. Va.

La depresión del Excel
Paul Krugman
 
En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque los ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades del sistema métrico; el plan de la ballena de Londres de JPMorgan Chase salió mal en parte porque quienes hicieron los modelos dividieron por una suma en lugar de por una media. De modo que, ¿fue un error de codificación de Excel lo que destruyó las economías del mundo occidental? Esta es la historia hasta la fecha: a principios de 2010, dos economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, Growth in a time of debt (Crecimiento en una época de endeudamiento), que pretendía identificar un umbral crítico, un punto de inflexión, para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del producto interior bruto, afirmaban, el crecimiento económico cae en picado.

Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior admirado por todo el mundo sobre la historia de las crisis financieras, y el momento escogido era perfecto. El artículo se publicó justo después de que Grecia entrase en crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famoso inmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más influyente de los últimos años.

 El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el punto de inflexión se trató no como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía contra una posible bajada de la guardia en el frente del déficit porque estamos “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos economistas”, y no digamos ya “algunos economistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que es la realidad.

 Porque lo cierto es que el texto de Reinhart y Rogoff se enfrentó a críticas considerables desde el principio y la controversia aumentó con el tiempo. Nada más publicarse el artículo, muchos economistas señalaron que una correlación negativa entre la deuda y el comportamiento económico no significaba necesariamente que la deuda elevada fuese la causa de un crecimiento lento. Podría ocurrir perfectamente lo contrario, y que el mal comportamiento económico condujese a una deuda elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se endeudó enormemente después de que su crecimiento se hundiese a principio de los noventa.
 
Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando datos de deuda y crecimiento aparentemente comparables, no fueron capaces de replicar los resultados de Reinhart y Rogoff. Lo habitual era que encontrasen cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en el 90% ni, de hecho, en ningún nivel concreto de deuda).

Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad de Massachusetts analizasen la hoja de cálculo original; y el misterio de los resultados irreproducibles se resolvió. En primer lugar, habían omitido algunos datos; en segundo lugar, emplearon unos procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables; y finalmente, sí, cometieron un error de codificación de Excel. Si corregimos estos errores y rarezas, obtenemos lo que otros investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento, sin nada que indique cuál de ellos causa qué, pero sin rastro alguno de ese umbral del 90%.

En respuesta a esto, Reinhart y Rogoff han admitido el error de codificación, han defendido sus demás decisiones y han afirmado que nunca aseguraron que la deuda provoque necesariamente un crecimiento más lento. Esto es un tanto insincero porque repetidamente dieron a entender esa idea aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo que realmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se ha interpretado su trabajo: los entusiastas de la austeridad anunciaron a bombo y platillo que ese supuesto punto de inflexión del 90% era un hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público incluso con un paro elevadísimo.
 
Por eso debemos situar el fiasco de Reinhart y Rogoff en el contexto más amplio de la obsesión por la austeridad: el evidentemente intenso deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los parados y, en cambio, usar la crisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.

Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida en que se nos ha vendido la austeridad con pretextos falsos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad se nos ha presentado no como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez que la deuda supera el 90% del PIB. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa; un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron de acuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los parados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque tuviesen que hacerlo.

¿Servirá de algo que se haya hecho caer a Reinhart y Rogoff de su pedestal? Me gustaría pensar que sí. Pero preveo que los sospechosos habituales simplemente encontrarán algún otro análisis económico cuestionable que canonizar, y la depresión no terminará nunca.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008.

viernes, 19 de abril de 2013

martes, 9 de abril de 2013

EAGLES - HOTEL CALIFORNIA

Me gustó esta versión, quizá sea la misma que subí hace tiempo, pero siempre importa la intención. Me volvió a gustar, pues:



jueves, 28 de marzo de 2013

MIGUEL HERNÁNDEZ, CANCIÓN ÚLTIMA


El 28 de marzo de 1942 falleció Miguel Hernández, a los 31 años de edad, víctima de una tuberculosos adquirida en las mazmorras alicantinas donde lo sepultó Francisco Franco. Pablo Neruda habla por él:

"Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!"
 El poema de Hernández en voz de Serrat me asoma a la inmensa tragedia de un hombre bueno.

domingo, 10 de marzo de 2013

EL MERCADO HABLA

Una nota de Krugman que deja ver la sustancia negra que vincula a los mercados y sus sacerdotes con los efectos desastrosos de las malas decisiones públicas.

El mercado habla
Paul Krugman

Hace cuatro años, cuando un presidente recién elegido emprendía sus esfuerzos por rescatar la economía y reforzar la red de seguridad social, los expertos económicos conservadores —personas que afirmaban que entendían los mercados y sabían cómo satisfacerlos— advertían sobre un desastre financiero inminente. Los valores, declaraban, se desplomarían, mientras que los tipos de interés se dispararían.

Hasta un repaso superficial de los titulares de entonces arroja un dictamen sombrío tras otro. “El radicalismo de Obama está matando el Dow Jones”, insinuaba un artículo de opinión de Michael Boskin, que fue asesor económico de los dos presidentes Bush. “El regreso de los legisladores estadounidenses partidarios de la disciplina”, declaraba The Wall Street Journal, al tiempo que advertía de que los “vigilantes de los bonos” pronto harían subir la rentabilidad de los bonos del Tesoro hasta unas alturas destructivas.

Y, cómo no, el índice Dow Jones ha alcanzado esta semana máximos históricos, mientras que la rentabilidad actual de los bonos soberanos estadounidenses a 10 años está aproximadamente a la mitad de lo que estaba cuando The Journal publicó aquel tocho.

Vale, cualquiera hace un mal pronóstico alguna vez que otra. Pero estas predicciones tienen una importancia especial, y no solo porque las personas que las hicieron hayan tenido un historial de errores tan notable durante estos últimos años.

No, lo realmente importante de estos malos pronósticos en concreto es que provenían de personas que constantemente invocan la posible cólera de los mercados como razón por la que debemos seguir sus consejos políticos. No intenten proteger a los estadounidenses sin seguro, nos decían; si lo hacen, socavarán la confianza de las empresas y el mercado bursátil se vendrá abajo. No intenten reformar Wall Street, o siquiera criticar sus abusos; herirán los sentimientos de los plutócratas y eso provocará el hundimiento de los mercados. No intenten combatir el paro con más gasto público; si lo hacen, los tipos de interés se pondrán por las nubes.

Y, por supuesto, reduzcan drásticamente la Seguridad Social, Medicare y Medicaid ahora mismo, o los mercados los castigarán por su osadía.

Por cierto, no me refiero solo a la derecha dura; un número considerable de centristas autoproclamados juegan a ese mismo juego. Por ejemplo, hace dos años, Erskine Bowles y Alan Simpson nos advertían de que debíamos esperar un ataque de los vigilantes de los bonos en un plazo de, digamos, dos años, a menos que adoptásemos, lo han adivinado, el plan de Simpson-Bowles.
De modo que lo que los malos pronósticos nos dicen es que, de hecho, tenemos ante nosotros a unos sacerdotes que exigen sacrificios humanos para apaciguar a sus dioses iracundos, pero que en realidad no saben a ciencia cierta qué es lo que esos dioses realmente quieren y simplemente están proyectando sus propias preferencias a la supuesta mentalidad del mercado.

Entonces, ¿qué nos están diciendo realmente los mercados?

Ojalá pudiera decir que todo son buenas noticias, pero no es así. Esos tipos de interés bajos son el signo de una economía que dista mucho de estar recuperada de la crisis financiera de 2008, mientras que el precio elevado de las acciones no debería ser motivo de celebración; es, en gran medida, el reflejo de una desconexión cada vez mayor entre la productividad y los salarios.

La historia de los tipos de interés es bastante simple. Como algunos de nosotros llevamos cuatro años o más intentando explicar, la crisis financiera y el estallido de la burbuja inmobiliaria dieron pie a una situación en la que casi todos los principales actores económicos intentaban saldar sus deudas simultáneamente gastando menos de lo que ingresaban. Dado que mi gasto es su ingreso y su ingreso es mi gasto, esto se traduce en una economía profundamente deprimida. También se traduce en unos tipos de interés bajos, porque otra forma de ver nuestra situación es, hablando en términos generales, que ahora mismo todo el mundo quiere ahorrar y nadie quiere invertir. Así que estamos inundados de ahorros deseados que no tienen adónde ir, y ese excedente de ahorro está reduciendo el coste de los préstamos.

En estas condiciones, por supuesto, el Gobierno debería hacer caso omiso de su déficit a corto plazo y aumentar el gasto para estimular la economía. Desgraciadamente, los responsables políticos se sienten intimidados por estos falsos sacerdotes, que los han convencido de que deben adoptar medidas de austeridad o enfrentarse a la ira de los invisibles dioses del mercado.

Mientras tanto, en lo que respecta al mercado bursátil, las acciones están altas en parte porque la rentabilidad de los bonos está muy baja y los inversores tienen que poner su dinero en algún sitio. También es verdad, no obstante, que aunque la economía sigue profundamente deprimida, los beneficios empresariales han experimentado una recuperación considerable. ¡Y eso es malo! No solo porque los trabajadores no consiguen recoger los frutos del aumento de su productividad, sino también porque cientos de miles de millones de dólares se están acumulando en las tesorerías de unas empresas que, frente a la escasa demanda de los consumidores, no ven ningún motivo para poner esos dólares a trabajar.

Paul Krugman, premio Nobel de 2008, es profesor de Economía en Princeton.

viernes, 1 de marzo de 2013

QUE ALGUIEN ME EXPLIQUE





“Siempre me gana la risa
cuando oigo hablar del PRI”
Oscar Chávez

Las representaciones priístas recién reunidas el pasado 22 y 23 de febrero para revisar los estatutos de su partido, acordaron modificar todo lo relativo al IVA. En concreto, decidieron eliminar las palabras: “el PRI defiende la economía popular y no aceptará la aplicación del IVA en alimentos y medicinas.” Y las cambiaron por otro eufemismo que mejor los oscurece: “apoyará con todo rigor a los productores agropecuarios de nuestra nación para garantizar la soberanía alimentaria y así contribuir a la defensa de la economía familiar”. Claro, y yo tengo una tía con un veranito de sandías en Guamúchil.

¿Y de dónde acá la novedad? ¿Desde cuándo los del PRI saben cuáles son su estatutos? ¿Desde cuándo los que lo saben los respetan? Vámonos poniéndonos de acuerdo antes que el engrudo se haga más bolas. Porque de lo que sí no podemos olvidarnos es de la roqueseñal, el famoso festejo priísta por el incremento al IVA, allá en marzo de 1995, cuando el PRI promovió y ganó en el Congreso un aumento del 10 al 15% en el Impuesto al Valor Agregado. Quizá eran los tiempos de “defensa de la economía popular” estatutaria, quizá 18 años ya no son nada, el caso es que estas huestes vuelven este fin de semana a lo mismo. Lo bueno es que los líderes priístas llegan como se van, sin abrir la boca, no es su estilo, ellos votan lo que se les ordena y rápido.

El PRI vive el momento mágico de su Pacto por México. En este reducido entorno -que abarca a cuatro o cinco personas- es sencillo atemorizar con viejos petates y viejas mañas. Ahora se desvive Peña por dejar claro que el elbazo no tiene razones políticas, siendo que no las tiene ni económicas. Los recursos mal utilizados por La Maestra eran del SNTE, y a menos que se clasifique ya a dicha corporación como asociación delictuosa sus recursos y los regalos que haga con ellos siguen siendo legales. Lo ilícito es que el gobierno haya entregado esa cantidad de recursos al SNTE y que los procedimientos judiciales de Murillo Karam no se distingan en nada a los de García Luna. La educación en México depende de un gobierno fuerte y un Estado cierto, no de policías y ladrones.

Y ahora vienen tras la mentada reforma energética, envuelta en una Estrategia Nacional de Energía. Tras el palo aturdidor, aparece la verdadera sustancia de la reforma energética, la que pretende explícitamente “incentivar una mayor participación del capital privado en el sector eléctrico y petrolero, tanto en almacenamiento y distribución de hidrocarburos como en la refinación de crudo, en la petroquímica y en la explotación de recursos no convencionales, como el gas shale”. Justamente lo que la Constitución prohíbe. No preguntemos por la forma en que se realizarán semejantes operaciones, lo más seguro, después de ver el desempeño en la explosión en el complejo administrativo de Pemex es que se repita la fórmula de Calderón: “aiga sido como aiga sido”.

¿Cuál es la prisa, Sr. Peña? Los privados la están pasando de lujo, nomás que su ambición no tiene límite, no se deje usted presionar de esas formas. Porque sí sabe usted, Lic., que los 22 grupos controladores del país ganaron 140 mil millones de pesos en 2012, mientras que en los últimos dos años el número de personas pobres con hambre creció en 3 millones de personas. ¿No es más lógico empezar por los que menos tienen? Porque no me dirá que el teletón contra el hambre de doña Chayo va a resolver un ápice de ese gravísimo problema.

La declaración oficial más divertida sobre la flamante Estrategia es la que dice que México enfrenta retos de medio ambiente, donde los costos a la salud y al entorno natural derivados del uso de la energía son significativos. Por ello, tanto en materia de hidrocarburos como en electricidad es fundamental la participación del sector privado”. Que alguien me explique, por Dios. ¿Qué relación tiene la actividad ambiental depredadora de los privados –las empresas turísticas, hoteleras y otras- con su “fundamental” participación en Pemex?

Pero tratándose de cantinflear el huésped de Los Pinos tiene más cuerda: “..durante los últimos años se han llevado a cabo acciones que han permitido mejorar la situación del sector energético, entre ellas multiplicar las inversiones en exploración en busca de hidrocarburos, lo que permitió revertir la declinación natural del crudo y alcanzar un nivel de restitución de reservas probadas de 100 por ciento”. Séase, todo se lo debemos a los privados, de allí la prisa por incentivar su inversión. Acaso no le han dicho a Peña la escasa propensión a invertir en México que tienen los privados, acaso no sabe que por cada dólar que los empresarios extranjeros invirtieron en 2012, los mexicanos que trabajan en Estados Unidos enviaron a sus familias, vía remesas, 1.77 dólares. Por el bien de todos, primero los pobres, Lic.

Los inversionistas mexicanos no cantan mal las rancheras tampoco. Entre 2008 y 2012, la participación de extranjeros como poseedores de valores gubernamentales en el mercado financiero local creció de 200 mil millones de pesos a un billón de pesos, es decir, se multiplicó por cinco, de acuerdo con datos del Banco de México. La economía está agotada, el crecimiento estancado, las inversiones se van o no vienen, el caso es que mientras el gobierno se desvive en afanes por atraer capital fijo quien se lleva las medallas es la Bolsa Mexicana de Valores, sitio preferido de la inversión extranjera, golondrina.

Que alguien me explique, en caridad de Dios. A ver. La operación de Pemex en 2012 arrojó pérdidas por 34 mil millones de pesos. La empresa ingresó un billón 72 mil millones de pesos, tuvo costos de operación por 155 mil millones, lo que no es nada, pero el fisco le retiró el 95.5% del ingreso y le dejó un adeudo por obligaciones financieras de 38 mil millones. Una empresa quebrada no interesa a nadie. ¿Y los empresarios? Trabajando en contra, Sr. Peña, que le expliquen bien. En el mismo período, el hueco en las finanzas públicas causado por la elusión del pago de impuestos alcanzó una dimensión de 669 mil millones de pesos, más de la mitad del monto de los recursos que Pemex aporta a la nación, en el mismo sentido los privados mexicanos enviaron 37 mil 287 millones de dólares al exterior. No se puede coinvertir con los enemigos.

Visto así, ¿No es más fácil poner orden en las finanzas antes de amarrar los perros con longaniza? Desde luego que no, Videgaray ya anunció que es inevitable que el costo de la energía –gasolina, gas, electricidad y otros– pueda incrementarse para el consumidor final”. Dicho al revés, se decidió incrementar el costo de los derivados del petróleo, dañando el ingreso de los ciudadanos, antes que incrementar los impuestos a los ricos. Y que sigan los gasolinazos.

Curioso nuestro caso, el gobierno considera que el desarrollo del país demanda participación privada. Los privados prefieren invertir en el extranjero y eluden al fisco. El gobierno amenaza con hacerlos invertir y el resto de la sociedad estamos de voyeurs. Esperaría que Morena levante nuevamente las consignas contra la venta de Pemex.




 





viernes, 22 de febrero de 2013

TELETÓN CONTRA EL HAMBRE






La Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada por Peña y la Secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles hacia fines de enero, ha sido objeto ya de muchos comentarios, sobre todo acerca de su pertinencia, de su importancia así como de las causas del hambre nacional. Al gobierno federal le ha resultado políticamente muy rentable la oferta de combatir la pobreza mediante la presunta mejoría alimentaria de 7.4 millones de los muy pobres. Sin embargo poco se dice de los verdaderos alcances de la Cruzada y nada acerca de su financiamiento. Poco esperamos también de la comparecencia de Doña Rosario en el Congreso.

Estamos ante un programa de gobierno donde las palabras fluyen enfurecidas, justamente en sentido inverso de las acciones emprendidas, donde nada se muestra. Peña necesita mucho ruido para afirmar en el imaginario de los escuchas un programa que prácticamente no existe y no se le ha marcado horizonte alguno, salvo el geográfico. Y cuando digo mucho ruido me refiero a la grandilocuencia de los funcionarios y los eternos apoyadores del poder, a quienes por aplaudir se les paga. Y es que muchos ya estamos cansados de la demagogia oficial que en nada ayuda al urgente debate nacional.

Según el jefe del gobierno federal, la Cruzada se focalizará en 400 municipios, “en donde todas las Secretarías de Estado habrán de participar”, lo que fortalecerá las capacidades productivas regionales e incorporará a los grupos comunitarios beneficiados.

Rosario Robles es todavía más ambiciosa cuando hablar de hambre se trata. Los resultados de la Cruzada serán, según sus cuentas: 1. Cero hambre, 2. Eliminación de la desnutrición infantil, 3. Incremento en la producción de alimentos e incremento del ingreso de los productores, y 4. Impulso a la participación ciudadana. Como diría el buen Gil Gamés ¿No les parece un poco demasiado?

Muy demasiado, agregaría yo, reiterando el pleonasmo. Y es que el hambre viene junto con la pobreza y esta es resultado del nivel de ingreso personal y el ingreso se relaciona con el crecimiento económico y el desarrollo. Y vuélale que el hambre nos alcanza. Hoy, viernes 22 de febrero, viven en México 3 millones de pobres más que hace dos años, de manera que, como lo señala el Coneval el número de personas con pobreza suma ya 52 millones de mexicanos. Y contando. 

El concepto de pobreza alimentaria también se está modificando, por lo que los 22 millones de compatriotas con hambre son aquellos que, “Disponen de un ingreso inferior a la línea de bienestar mínimo”. Lo que esa clasificación significa, según el propio Coneval, es que aun al hacer uso de todo su ingreso en la compra de alimentos no pueden adquirir lo indispensable para tener una alimentación adecuada.

El número de pobres con hambre es igual a la población conjunta de los estados de México, Chihuahua, Jalisco, Guerrero y el Distrito Federal o a la de todos los habitantes del medio rural, aunque por lo pronto la Cruzada empieza en 400 municipios de un total de 2,440. Tan solo Oaxaca cuenta con 570. Atendiendo a las odiosas comparaciones que tanto gustan a los gobernantes, debemos recordar que Brasil redujo la pobreza extrema en 22 millones de personas tan sólo en los últimos dos años. En el mismo lapso nosotros la incrementamos en tres millones. Pero vamos sobre hambre cero y cero desnutrición infantil ¿no, Lic. Robles?

La prioridad contra el hambre está centrada en incrementar el ingreso nacional, pero a alguien se le olvidó esto y para 2013 nuestro presupuesto inercial (no lo olvidemos) no ofrece posibilidad alguna de mayor crecimiento. Mientras esperamos la reforma fiscal, que realmente debía llamarse hacendaria, no hay recursos para sufragar una Cruzada diseñada entre los ajetreos del recién llegado a Los Pinos y de una que otra buena intención. ¿Y entonces? ¿Cómo piensa el gobierno hacer frente a un programa tan importante para el país?

Fácil, de una manera brutalmente oculta tras los dicho por Peña: “Se trata de alinear, de hacer converger las acciones, los proyectos, las tareas de todas las dependencias del gobierno de la República, para que realmente focalicemos nuestra atención a los municipios y a las zonas de mayor pobreza y carencia alimentaria’’. Esta inercia presupuestal se llama Programa Especial Concurrente (PEC), un apartado del Presupuesto de Egresos donde se detallan los programas y recursos que las dependencias federales aplican, de una forma o de otra, en el medio rural y que deberían articularse para alcanzar algún impacto. Es el teletón de la federación para el medio rural. Todos ponen, pero para la parcela del compadre.

El PEC 2013 se estimó originalmente en 332 mil millones de pesos, Peña ha anunciado que “alineará” 70 de esos programas en la Cruzada Nacional contra el Hambre, hasta sumar 295 mil millones de pesos. Buena intención. El PEC jamás ha sido alineado en sentido alguno, es una bolsa de recursos públicos confeccionada a gusto de cada dependencia y así es ejercida. La mayoría de sus programas requiere cumplir Reglas de Operación, lo que rigidiza o de plano imposibilita un ejercicio transversal del dinero, como asegura el Lic. que sucederá. Imposible pensar que no lo sabe y menos aún saber cómo lo hará. Seguramente recurrirá a la “sociedad civil”, como todo teletón.

Me quedo con el comentario de Gustavo Gordillo acerca de las diferencias que marcan el éxito del programa Brasil sin Miseria: “en Brasil hubo un mucho mayor crecimiento económico sostenido, mayores empleos generados, un sistema muy amplio de créditos a las actividades de pequeños productores en el campo y en la ciudad y un propósito deliberado de reducción de la desigualdad.”

Aquí esperamos lo mismo de siempre.