miércoles, 9 de diciembre de 2009

PAZ EN LOS SEPULCROS


García Márquez diría (o quizá lo dijo), hay un silencio que se escucha como reguero de vidrios rotos. Y sí. Después del vergonzante sainete del presupuesto 2010 las aguas de la nación se estancan en una aparente estabilidad. Es como la paz de los panteones, un silencio a costa de puros muertos. Vivimos la estabilidad de la breve estatura de El Presidente, quien ha abandonado su suerte a la del PRI, el mayor partido de oposición desde la derecha. Arrinconado y anulado, quien debería ser el primer mando de la nación es ya animal para el rastro. Todos los ofendidos en el destazadero del erario público coinciden en que es mejor que Calderón conserve la firma y el PRI vaya resolviendo los asuntos del poder. Ha cuajado un frente político de derecha donde concurren jubilosos los partidos (PRI y PAN), la iglesia católica, los empresarios y el narco. Sea por Dios.

Todos están colocando sus caballos para el derby de 2012 y para eso acomodaron el presupuesto a su contentío, no sea que las precampañas los tomen sin cash. La izquierda también lo hace, de otro modo no se entiende el papel de los diputados y senadores izquierdistas. Nomás que a diferencia de la derecha, que toma las cosas con tiempo, los partidos de izquierda están en la más completa marginación de los principales acuerdos parlamentarios y su futuro es impredecible (iba a decir indecible pero me pareció demasiado). El pasado fin de semana el PRD, la mayor agrupación de la izquierda, tuvo una encerrona para refundar el partido pero la reunión no pasó de revisar la desorientación que los tiene refundidos. No se asomó ni por error el tema central a dilucidar: cómo vincular la movilización social con las tareas parlamentarias y avanzar así en el ataque a los principales problemas de la nación.

El acontecer diario ha recreado un panorama especial para los aspirantes a la presidencia dentro de tres años. En los últimos meses la distancia entre los políticos y los ciudadanos es ya un abismo, sin perro que les ladre diputados y senadores viven más para los dientes que para los parientes. Una vez fuera las máscaras es para todos claro que los políticos no tienen interés alguno en promover un acuerdo nacional que detenga la caída libre del país al precipicio. La persistencia indeterminada de la crisis económica obliga compromisos sociales de gran alcance, aunque hoy nadie es capaz de decir esta boca es mía en el conflicto de los electricistas con el gobierno de El Breve. El destrozo social de la balacera incontrolada denominada guerra contra el narco trasciende lo previsible y ha devenido desconfianza en las instituciones, incluidas las electorales. Pero todos quieren ser presidente, votar y ser votados es la única consigna capaz de convocar voluntades. Pero el país no está para esos trotes. No es posible plantearse hoy aspirar a la presidencia desde los spot televisivos, como la gestiona ya Peña Nieto -el Gel Boy del PRI- y la vive el PAN desde hace 9 años.

Queda poco espacio para los diletantes. No es posible perderse en geometrías planas, por más euclidianas que nos parezcan. Es la hora de la izquierda, la derecha ya se atrincheró. No hablo de ganar la presidencia, asunto sin el cual la existencia de los partidos de izquierda perdería sentido. Me refiero al poder político que se expresa en el poder presidencial. No se tiene enfrente a la socialdemocracia, como gusta de autodenominarse el PRI, sino al núcleo derechista más retrógrada de los tiempos modernos. Sólo la izquierda puede aspirar a promover las transformaciones fundamentales que gritan las instituciones, pero no puede planteárselo al margen del pueblo, como vive ahora. No es el momento del candidato con más marketin’, sino del pueblo en reivindicación. Los partidos de izquierda están urgidos de conectarse a la movilización social y lograr acuerdos de largo plazo, esta dinámica es la única que tiene perspectiva para enfrentar al poder y de paso presentarse con decoro a cualquier elección.
Ya ni en la paz de los sepulcros creo.

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