jueves, 9 de septiembre de 2010

1938 EN 2010


Lúcido, penetrante, afilado en el debate. Terror de los conservadores republicanos estadounidenses. Nada que ver con los economistas pedestres, mediocres y mentirosos que cobran en la Secretaría de Hacienda y que ayer presentaron la propuesta de Presupuesto de Egresos para 2011. Una propuesta dogmática, burocrática, temerosa del déficit, ignorante de los males que aquejan a los mexicanos. Dejo paso a Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, en su contribución más reciente al New York Times.

1938 en el 2010

La situación es la siguiente: la economía de EE.UU. fue paralizada por una crisis financiera. Las políticas del presidente limitaron los daños, pero fueron demasiado prudentes y el desempleo sigue siendo desastrosamente alto. Se necesita obviamente de más acción y, sin embargo, el público se ha indispuesto contra el activismo del gobierno y parece dispuesto a propinarle a los demócratas una severa derrota en las elecciones intermedias.

El presidente en cuestión es Franklin Delano Roosevelt, el año, 1938. En pocos años, por supuesto, la Gran Depresión había terminado. Pero es a la vez instructivo y desalentador mirar el estado de América en 1938: instructivo porque la naturaleza de la recuperación que le siguió refuta los argumentos que dominan el debate público de hoy, desalentandor porque es difícil que veamos algo como el milagro de la década de 1940 repetirse.

Ahora bien, no se supone que debamos repetir los finales de los años 30. Los economistas del presidente Obama se comprometieron a no repetir los errores de 1937, como cuando FDR retiró el estímulo fiscal demasiado pronto. Pero al hacer su programa demasiado pequeño y de muy corta duración, Obama hizo exactamente eso: el estímulo impulsó el crecimiento mientras duró, pero hizo sólo una pequeña mella en el desempleo y ahora está desapareciendo.

Y tal como algunos temíamos, la insuficiencia del plan inicial de la administración económica cayó - y con él, la nación - en una trampa política. Se necesita desesperadamente de más estímulo, pero a los ojos del público el fracaso del programa inicial en promover una recuperación convincente desacreditó la acción gubernamental para crear empleos.

En resumen, bienvenidos a 1938.

La historia de 1937, de la desastrosa decisión de FDR de hacer caso a los que dijeron que era hora de recortar el déficit, es bien conocida. Lo que es menos conocido es el grado en que el público llegó a las conclusiones equivocadas de la recesión que siguió: lejos de llamar a la reanudación de programas del New Deal, los votantes perdieron la fe en la expansión fiscal.

Consideren un sondeo de Gallup realizado en marzo de 1938. Preguntado sobre si el gasto público debería aumentar para combatir la depresión, el 63 por ciento de los encuestados dijo que no. Preguntado sobre si sería mejor aumentar el gasto o recortar los impuestos a los negocios sólo el 15 por ciento estuvo a favor del gasto; 63 por ciento era favorable a los recortes de impuestos. Y la elección de 1938 fue un desastre para los demócratas, que perdieron 70 escaños en la Cámara y siete en el Senado.

Luego vino la guerra.

Desde el punto de vista económico la Segunda Guerra Mundial fue, sobre todo, una explosión de gasto público deficitario financiado, en una escala que de otra forma nunca hubiera sido aprobado. En el transcurso de la guerra del gobierno federal se endeudó por una cantidad de aproximadamente el doble del valor del PIB de 1940, el equivalente de aproximadamente $ 30 trillones actuales.

Si alguien hubiera propuesto gastar siquiera una fracción de eso antes de la guerra la gente habría dicho las mismas cosas que están diciéndose hoy. Habrían advertido sobre la deuda asfixiante y la inflación galopante. También habrían dicho, con razón, que la Depresión fue causada en gran parte por el exceso de deuda y, a continuación, habrían declarado que era imposible solucionar este problema mediante la emisión de aún más deuda.

Pero ¿adivinen qué? El gasto deficitario creó un auge económico, y el boom sentó las bases para la prosperidad a largo plazo. La deuda global en la economía – la pública y la privada - en realidad disminuyó como porcentaje del PIB, gracias al crecimiento económico y, sí, en cierto grado a la inflación, que redujo el valor real de las deudas pendientes. Y después de la guerra, gracias a la mejor posición financiera del sector privado la economía fue capaz de prosperar sin déficit permanente.

La lección económica es clara: cuando la economía está profundamente deprimida las reglas usuales no se aplican. La austeridad es contraproducente: cuando todos tratan de pagar la deuda al mismo tiempo, el resultado es la depresión y la deflación, y los problemas de deuda crecen aún más. Y a la inversa, es posible, y de hecho, es necesario, para la nación como un todo salir de la deuda gastando: un aumento temporal de gasto deficitario, en una escala suficiente puede curar los problemas causados por los excesos del pasado.

Pero la historia de 1938 también muestra lo difícil que es aplicar estas ideas. Ni aún bajo el gobierno de FDR hubo la voluntad política de hacer lo que se necesitaba para poner fin a la Gran Depresión y su eventual solución vino fundamentalmente por accidente.

Tenía la esperanza de que íbamos a hacerlo mejor esta vez. Pero resulta que los políticos y economistas han pasado décadas desaprendiendo las lecciones de la década de 1930, y están decididos a repetir todos los viejos errores. Y es algo un tanto repugnante darse cuenta de que los grandes ganadores en las elecciones intermedias probablemente serán las mismas personas que nos metieron en este lío en primer lugar y que, después, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para bloquear las acción que nos sacarían de él.

Pero siempre recuerde: esta caída se puede curar. Todo lo que se necesita es un poco de claridad intelectual y un montón de voluntad política. Baste esperar que encontremos esas virtudes en un futuro no muy lejano.

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