martes, 24 de mayo de 2011

A VECES



Hay días y días. Días en que la vida nos trae novedades. Grandes novedades. Días sosos en los que los hombres y mujeres adoptamos un tono gris, seminublado y caluroso y a cambio de no ver al prójimo nos asomamos al amanecer lleno de trinos. Las novedades las brindan los seres queridos, los niños que llegan al mundo llorando con la felicidad en las lágrimas. Los hijos que avanzan a tramos grandes en sus proyectos personales, las novias que nos juran amores, nuestras mujeres no se echan para atrás, batallando con el matrimonio que juramos mantener hasta la muerte. Los días grises y desanimadores están colmados de rutinas inútiles, de palabras que sobran, de sonrisas congeladas, de un entorno ininteligible pleno de sucesos abrumadores sobre los cuales no hay voluntad que aplique. La grisura viene del otro, en quien nos vemos y tomamos las tonalidades y tonos. Este día ha sido gris para mí y quizá por ello el atardecer me relaja y el amancecer me trajo el malva subyacente al rosa del cielo y mi alrededor pareciera no cambiar. Sábado y domingo fueron días venturosos, coloridos, en donde me perdí entre los demás y disfruté más a los míos que el aire fresco del anochecer. Es curioso, cuando los otros no empatan con uno procuramos voltear hacia la naturaleza y cuando la empatía es grande el gozo de natura amaina. Es posible que lo mejor sea mantenerse alejado de los otros, cercano a los nuestros y disfrutando aire, sol y luna.

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