Después de seis días de la explosión ocurrida en el complejo
de la Torre de Pemex, el Procurador de Justicia de la República, Jesús Murillo Karam, develó el
origen del suceso: acumulación de gas en los sótanos del edificio dañado. Y
como es posible que no se diga de qué gas se trató, por dónde se filtró, por
qué no hubo fuego asociado al gas y muchas cosas más, damos por sentado que
quizá nunca sabremos la verdad de lo ocurrido y lamentamos mucho el dolor de
familiares y amigos de las 37 personas fallecidas.
Sin embargo, lo que sí está muy a la vista son las
intenciones del gobierno federal para abrir la paraestatal a la inversión del
capital privado. Este hecho de por sí no debiera movernos a preocupación, la participación
de los particulares es regulada por la Constitución y pueden colaborar con Pemex, nomás está impedido cualquier
aprovechamiento directo sobre los beneficios de la explotación de los
hidrocarburos, quedando la renta petrolera en manos del Estado y por ello de
los mexicanos. Pero lo que el Lic. Peña ha ordenado al PRI es “hacer una
precisión de hasta donde sí y hasta donde no se puede abrir Pemex al capital
privado”. Como si cambiando los estatutos del partido se alterara el texto
constitucional y la voluntad popular. Y allí ya no nos entendemos.
El argumento por excelencia de los tecnócratas y los grupos
privados es que Pemex no es rentable y no tiene tecnología actualizada y por lo
mismo, deducen, hay que incorporar a los que sí saben y sí tienen experiencia
en negocios. El actual Director, Emilio Lozoya Austin (economista por el ITAM,
abogado por la UNAM, maestría en Harvard y Young Global Leader por el Foro
Económico Mundial en 2012.), es un gran abanderado de esta penosa causa, su
meros antecedentes académicos lo explican. En reciente estancia en Singapur
(donde lo sorprendió el estallido) declaró que "Hoy Pemex no tiene la tecnología
más adecuada, la más actualizada y tampoco esos montos para apostar todos los
huevos en una canasta. Por eso la importancia de diversificar riesgos junto con
el sector privado". Una verdadera perla para Nikito Nipongo, el
autodenominado “Crítico de la estupidez nacional”.
Pero vamos por partes. Justamente lo que no es permitido a
Pemex es “diversificar riesgos” con agentes particulares en la exploración,
extracción, distribución y comercialización de los hidrocarburos, porque eso
implica compartir ganancias que corresponden íntegramente a la nación. Los
privados pueden compartir las tareas mencionadas, bajo la asignación de
contratos específicos por trabajo realizado y ya, deshaciéndonos del invento de
los contratos de riesgo, tan
socorridos por Calderón. Seguramente el Sr. abogado Lozoya no entendió bien
nuestra Carta Magna ni su significado y espíritu, de otro modo no adelantaría
vísperas tan alegre y disipadamente.
Luego, la extraña redacción sobre los montos y los huevos y
las canastas me crea la idea que tampoco de economía muestra mucho el maestro
Lozoya. Cualquier contador podría desmentirlo viendo estas cifras sobre el
desempeño económico de Pemex. Según informe oficial, el año pasado la empresa
logró ventas de bienes y servicios por un billón 934 mil millones de pesos,
mientras los gastos de operación de ubicaron sólo en 155 mil millones. Restando
el gasto de inversión presupuestal Pemex muestra un balance primario antes de
impuestos, derechos y aprovechamientos de un billón 72 mil 258 millones. Al
itamita le parece poco rentable un 45% de ganancias, acaso porque no le toca
nada a él.
En el entorno comercial internacional, la empresa alcanzó el
año pasado un superávit comercial de 21 mil millones de dólares. Pero ninguna
empresa soporta la presión fiscal a la que el gobierno tiene sometida a la
principal empresa de México. En 2012, a pesar del exitoso ejercicio productivo
y comercial de Pemex, la Secretaría de Hacienda le arrebató un billón 68 mil millones
por obligaciones fiscales, es decir, 99.5 por ciento de su rendimiento. Y esta
es la real cifra que hace agua la boca y las cuentas bancarias de los hombres
de negocios, no el actual esquema de exacción fiscal que redundó el año pasado
en una pérdida económica para la paraestatal de 34 mil millones de pesos.
Por algo el insigne Lozoya señala, con el desparpajo que lo
caracteriza, que: "No se trata de que Pemex pague menos impuestos, sino
que sea más grande, genere más empleos y más oportunidades..”. ¿Cómo? Ya lo
dijo el Sr. Director, compartiendo riesgos con el parasitario grupo
empresarial. Y nos ponen el ejemplo de Petrobras, donde la inversión privada
representa un monto significativo, eludiendo el hecho de que el crecimiento de la industria
petrolera brasileña se finca en el hecho de que está recuperando soberanía, invirtiendo masivamente en
infraestructura y arrinconando al segmento de empresas particulares presentes.
Los objetivos de Pemex van mucho más allá del simplismo
neoliberal de su Director, la empresa fue concebida y creada para apalancar el
crecimiento económico y el desarrollo nacional, abatiendo desigualdades
sociales a favor de la equidad, no para dar favores a los que más riqueza
acumulan. Todo el deshilachado discurso de Peña sobre si “privatizar o no”, tampoco
sirve a los empresarios, pues ninguno aceptaría asociarse con una empresa
quebrada. Ni los floteles gallegos.
Ciertamente no se trata nomás de un asunto de impuestos,
pero sin ese tema no habrá reforma energética o fiscal que avance. Mientras Pemex siga
siendo desangrado por la ineficiencia recaudatoria del país y el gobierno no se
atreva a eliminar la evasión y elusión fiscal, cualquier ejercicio reformador
en ese sentido se limitará a incrementar el IVA, y los grandes propósitos
recién anunciados seguirán postergándose, como esperando que los pobres se
cansen o se mueran.
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