domingo, 27 de enero de 2013

LOS HALCONES DEL DÉFICIT, DE CAPA CAÍDA



Un importante texto de Paul Krugman, donde reivindica el éxito del modelo macroeconómico keynesiano en el manejo del déficit fiscal estadounidense.

Los halcones del déficit, de capa caída.
 
El segundo discurso de toma de posesión del presidente Obama presentaba muchas cosas de las que gustan a los progresistas. Estuvo la enérgica defensa de los derechos de los homosexuales y la igualmente enérgica defensa del papel del Estado, y más concretamente el colchón de seguridad que proporcionan Medicare, Medicaid y la Seguridad Social. Pero puede decirse que lo más alentador de todo fue lo que no dijo: apenas mencionó el déficit presupuestario.

La omisión claramente intencionada por parte de Obama de la obsesión favorita de Washington no era más que la última señal de que los autodenominados halcones del déficit —mejor descritos como cascarrabias del déficit— están perdiendo su control del discurso político. Y eso está muy bien.

¿Por qué han perdido los cascarrabias del déficit su dominio? Yo sugeriría estas cuatro razones, relacionadas entre sí.

En primer lugar, han gritado que viene el lobo demasiadas veces. Se han pasado tres años advirtiéndonos de una crisis inminente: si no recortamos el déficit ya mismo, nos convertiremos en Grecia, Grreeeecia, os digo. Y, por ejemplo, han pasado casi dos años desde que Alan Simpson y Erskine Bowles declararon que debíamos esperar una crisis fiscal en, vaya, menos de dos años.

Pero esa crisis sigue sin llegar. La todavía deprimida economía ha mantenido los tipos de interés en unos niveles bajos casi históricos a pesar del elevado endeudamiento del Estado federal, tal como los economistas keynesianos predijeron desde el principio. Por eso la credibilidad de los cascarrabias ha sufrido un comprensible, y bien merecido, golpe.
En segundo lugar, los déficits y el gasto público, ambos como porcentaje del PIB, han empezado a reducirse, y una vez más, tal como predijeron desde el principio los que nunca se tragaron la histeria sobre el déficit.
 
Lo cierto es que los déficits presupuestarios de los últimos cuatro años han sido principalmente una consecuencia temporal de la crisis financiera, que hizo que la economía cayera en picado y que, por consiguiente, provocó un bajón de la recaudación fiscal y un aumento de las subvenciones por desempleo y de otros gastos del Gobierno. Debería haber sido evidente que el déficit descendería a medida que se fuera recuperando la economía. Pero resultaba difícil hacer que esto se entendiera mientras la reducción del déficit no apareciera en los datos.

Ahora lo ha hecho, y pronósticos razonables como los de Jan Hatzious, de Goldman Sachs, dan a entender que el déficit federal estará por debajo del 3% del PIB, una cifra no muy alarmante, de aquí a 2015.
 
Y, en efecto, ha sido una buena cosa dejar que el déficit aumentara mientras la economía se enfriaba. A medida que descendía el ahorro familiar a raíz del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y las familias sin un duro reducían costes, la voluntad del Gobierno de mantener el gasto fue una de las principales razones por las que no hemos vivido una repetición completa de la Gran Depresión. Y eso me lleva a la tercera razón por la que los cascarrabias del déficit han perdido su influencia: la doctrina contraria, la afirmación de que tenemos que imponer la austeridad fiscal aunque la economía esté deprimida, ha fracasado estrepitosamente en la práctica.

Pensemos, en concreto, en el caso de Reino Unido. En 2010, cuando el nuevo Gobierno del primer ministro David Cameron recurrió a las políticas de austeridad, recibió alabanzas exageradas de mucha gente de este lado del Atlántico. Por ejemplo, el fallecido David Broder instó al presidente Obama a “hacer lo mismo que Cameron” y, en concreto, felicitó a Cameron por “no hacer caso de las advertencias de los economistas de que la súbita y amarga medicina podría interrumpir la recuperación económica de Reino Unido y sumir nuevamente al país en la recesión”.
 
Y, como era de esperar, la súbita y amarga medicina paró en seco la recuperación económica de Reino Unido y sumió nuevamente al país en la recesión.

Por tanto, a estas alturas, está claro que el movimiento a favor de la reducción del déficit estaba basado en un mal análisis económico. Pero eso no es todo: está claro que también había mucha mala fe, puesto que los cascarrabias intentaron explotar una crisis económica (no fiscal) en nombre de un programa político que nada tenía que ver con los déficits. Y la mayor transparencia de ese programa es la cuarta razón por la que los cascarrabias del déficit han perdido su influencia.

¿Qué ha sido lo que definitivamente ha puesto el punto final a esto? ¿Fue la forma en que la campaña electoral dejó en evidencia al congresista Paul Ryan —a quien tres importantes organizaciones a favor de la reducción del déficit entregaron un premio “a la responsabilidad fiscal”— como el timador que siempre ha sido? ¿Fue la decisión de David Walker, supuesto cruzado de los presupuestos sensatos, de apoyar a Mitt Romney y sus rebajas fiscales para los ricos que hunden los presupuestos? ¿O ha sido el descaro de grupos como Fix the Debt [Arregla la Deuda], compuestos básicamente por consejeros delegados de empresas que declaran que a nosotros se nos debería obligar a retrasar nuestra jubilación mientras que a ellos les toca pagar menos impuestos?

La respuesta probablemente es “todo lo anterior”. En cualquier caso, ha finalizado una era. Los cascarrabias del déficit destacados ya no pueden contar con que se les trate como si su sabiduría, rectitud y espíritu público estuvieran más allá de toda duda. ¿Pero en qué cambiará eso las cosas?

Lamento decirlo, pero el que los republicanos controlen la Cámara de Representantes quiere decir que no vamos a hacer lo que deberíamos estar haciendo: gastar más, no menos, hasta que la recuperación sea total. Pero el que la histeria sobre el déficit se vaya moderando quiere decir que el presidente puede centrarse en los verdaderos problemas. Y eso es un paso en la buena dirección.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de Economía en la Universidad de Princeton.

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