martes, 16 de agosto de 2011

LA HISTORIA REAL DE LA NANA ROSAURA



Cuando llegaba el ferrocarril todos corrían a vender sus tacos, elotes y las aguas frescas para poder vivir. Eran épocas muy duras, ¿Quién no tendría miedo oyendo día y noche las balaceras de los federales?

-¡Ahí viene la bola!- gritaban.

-¡No se asomen, les puede tocar una bala!

A mi abuela Delfina le tocó vivir en la Revolución. La casona estaba situada en los alrededores de la pera del Ferrocarril, que era la estación donde se bajaban los soldados y sus mujeres y toda clase de gente. La casona de la abuela tenía cuarto tras cuarto, todos iguales de obscuros. Los excusados eran de cajón. Donde nos bañábamos, una cadena o mecate que teníamos que jalar para que nos cayera el agua.

En el corral había perros, gatos, gallinas, una vaca y un trochil con los cochis que tenían para alimentarse. No había otra forma de vivir.

Mi abuela Delfina me contaba que con una devoción y un cuidado casi religioso, la bisabuela Marina sacaba diariamente a las diez de la mañana a su mamá Rosaura, quien tenía 100 años y estaba por su edad en cama, a veces la subían a una poltrona muy vieja y entre todos, tíos y sobrinos, la cargaban con todo y silla, llevándola al corral para que tomara el sol.

Un día sucedió que llegó el tren y todos corrieron a vender los tacos, las aguas, y ver a los soldados con sus uniformes y las mujeres con sus largos vestidos de bonitos colores. Volvieron muy tarde. Era de noche. Cansados, en la obscuridad sólo vieron la poltrona volteada; buscaron por todos lados a la bisabuela Rosaura y se llenaron de espanto, gritaron y gritaron pero no la encontraron.

Salían las primeras luces del amanecer cuando vieron con horror que los cochis andaban fuera del trochil, trayendo en el hocico, huesos y un cráneo moviéndolo por entre el lodazal.

-¡Dios mío, olvidamos a la bisabuela!-

-¿Qué hacemos? ¡No podemos avisarle a nadie!

Todos caminaban y hablaban susurrando casi en silencio:

- ¡Nadie debe saber lo que pasó, qué no nos vayan a descubrir!

Asustados buscaron qué hacer para no despertar sospechas. En esa época todo lo que pasaba despertaba desconfianza. No había gobierno. A las pocas autoridades de las que se sabía les tenían recelo y temor de que no les creyeran lo que les había pasado.

Doña Marina desesperada casi gritó:

-¡Tenemos que enterrarla!

Cuentan que en una cobija pusieron los huesitos y su cráneo, los acomodaron en una caja, salieron al corral y voltearon para todos lados.

-¿Dónde?-

Todos vieron que la única parte era en el trochil. La tierra estaba mojada y suelta. Así fue.

-Santa María, madre de Dios, Santa María madre de Dios…- rezaban en silencio.

De pronto todos vieron con las caras llenas de pánico un pájaro enorme que aleteaba y lanzaba gruñidos que parecían gritos humanos. El susto fue mayor cuando el animal empezó a brincar sobre todos los que rezaban.

Después de lo sucedido aquellos días todos en la familia recordaban y platicaban sobre lo que habían vivido; coincidían en la extraña idea de que el ave era la nana, su viva presencia, el espíritu, su cara, la cara de la nana Rosaura; lloraba como ella. Era ella.

De lo que jamás se volvió a platicar fue del destino final de los cochis.



Valeria Montoya Salcido.

Ganadora 2011, en cinco estados ( Sonora, Baja California Norte y Sur, Chihuahua y Sinaloa) En la categoria de cuento, que lanza el instituto sonorense de cultura y que participan los alumnos de CEDART ( Centro de Educacion Artistica Jose Eduardo Pierson).

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2 comentarios:

monica salcido dijo...

Hayy que padre , gracias por publicarlo wn tu blog.
Saludos

el güilo dijo...

Quedaste de mandarme otro.. saludos