miércoles, 3 de agosto de 2011

EL CASCABEL DEL GATO



Concentrados los reflectores en la pista mayor del circo, todos los asuntos de la nación están por el momento uncidos a la sucesión presidencial de 2012, como si alguna cábala diera a esas fechas un poder definitivo. Sin embargo, debajo de cada piedra encontramos un alacrán. No es posible mover un traste en los territorios y palacios del país sin que tengamos un desagradable o peligroso encuentro que va más allá del siguiente habitante de Los Pinos.

Tengo como cierto que más allá del affaire económico de Obama y sus repercusiones inmediatas y de mediano plazo en la economía mexicana, hay procesos que consolidan otros valladares para nuestra vida inmediata y futura. El más temible es la militarización del país.

La disputa por la silla presidencial resulta un pleito ratero frente al despliegue de tropas efectuado desde 2006 por ElPresidente. Ambos asuntos están ligados entre sí, los militares colaboran desde ya en asegurar el territorio –y la nación entera- para los caprichos electorales del panismo gubernamental. Pero el daño que están causando en ese desperdicio infame de fuerza rebasa el frío número de muertos y desaparecidos.

Javier Sicilia lo plantea desde la perspectiva del dolor humano, hay que dar nombre a cada muerto para que la palabra –El Verbo- impida su desaparición total. Es un acercamiento grande a los planteamientos zapatistas, aunque Sicilia habla el lenguaje de la religión católica. Y da en el blanco del tema esencial de estos días, los derechos humanos de quienes padecen en carne y familia propias una guerra cuya declaratoria no les fue siquiera informada, sin final a la vista, dada su inutilidad y el empecinamiento criminal de El Breve.

Los soldados están entrenados para matar, no para tratar con cortesía a los civiles. Muy al contrario, están además ilegalmente autorizados para allanar, detener, torturar, desaparecer personas como sólo una dictadura militar lo haría. Si a esta situación de impunidad le sumamos el rechazo reciente de la Suprema Corte de Justicia a los juicios castrenses sobre los delitos de lesa humanidad cometidos por soldados, tenemos enfrente un ejército agotado y molesto por las órdenes de su jefe nato, completamente ajenas a las disposiciones constitucionales.

No disponemos siquiera de una información confiable de lo que está sucediendo en las regiones más lesionadas por la presencia militar. Imposible discernir el grado de contubernio al que han arribado las autoridades locales, la policía federal, las policías locales, los militares y los del negocio de la droga. Nadie desconoce que esos acuerdos han existido desde que tenemos memoria, basta escuchar a Los Tucanes de Tijuana para tener una crónica fiel del arreglo institucional que permitía el flujo de droga por el país sin el desastre social que Calderón ha creado.

El desarreglo actual es de grandes dimensiones. El avispero criminal diseminado por Calderón representa ya limitaciones a la inversión privada, que de por sí no acostumbra ser abundante. Hay daño demográfico generacional en la educación pública, los “NiNi” son cada vez más. Los gobiernos locales están fincando poderes propios, ajenos a los de la federación, sustentados en la ausencia total de controles políticos y financieros. Quizá más de la mitad del territorio del país esté controlado por fuerzas a las que se les denomina “crimen organizado”, en las que participan grupos paramilitares, autoridades, ejército y fuerzas federales. Si no fuera así la guerra de ElPresidente tuviera algún triunfo real y no detenciones y decomisos fantasiosos. El negocio sigue a todo tren, nomás que ahora hay más accionistas.

La crisis económica mal manejada ha reducido el tamaño del pastel a repartirnos, pero la soldadesca llevándose una tajada grande y resguardando el resto para sus superiores nos mantiene en una permanente disputa por las migajas.

El encono entre los mexicanos es la fractura más grave, que resume el trabajo de zapa que el gobierno federal ha hecho desde 2006 en su perenne esfuerzo de legitimación. Salvo las tertulias entre los amigos verdaderos (como les llama Gil Gamés), donde las diferencias no trascienden, las relaciones en la sociedad están plagadas de desconfianzas y mala fe. La seguridad de que no hay poder capaz de romper la impunidad alienta enconos, crímenes, fraudes, desavenencias personales y en general un ambiente de animadversión a cualquier iniciativa encaminada a fortalecer el esfuerzo ciudadano.

A unos les gana el miedo a otros nos come la abulia.

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