lunes, 25 de abril de 2011

EN EL DESFILADERO



Hace tiempo escribí una nota donde refería todos los males que quebrantan la salud de nuestra sociedad, la llamé “Harto ya de estar harto, ya me cansé”, como la canción de Joan Manuel Serrat. Sin embargo, cansado y harto, ahora como el Melquíades de García Márquez, me acomodo en el quicio de la puerta a esperar que pase el funeral de nuestra patria y todos con ella.

Nada puede detener ya la marcha al precipicio. Marchamos juntos, en un inexplicable silencio, y detrás nuestro va quedando un inmenso sepulcro de cuerpos desconocidos que es alimentado a un ritmo preciso, más de 30 muertos diarios. Las dimensiones de este profano cementerio, desconocidas aún, fueron estimadas: 647 cadáveres han sido hallados en 156 fosas clandestinas en 22 estados y el Distrito Federal. No es erróneo estimar que de 2006 para acá han muerto 40 mil mexicanos. Los gringos perdieron en la guerra de Vietnam 57 mil hombres, va Calderón por el récord en tiempos de paz.

Y en el mismo silencio vemos morir las instituciones, esos pilares monumentales que hasta este día nos permiten vivir y crecer en sociedad o al menos en grupos. La justicia es el caso más grave, se le mira grisácea, color de muerto fresco. Con la justicia en receso la impunidad todo lo devora y domina. Aquí, en Mèxico, todo lo pernicioso y grave puede suceder y nadie sanciona nada. Es lógico, la destrucción de la justicia es un acto deliberado de quienes deberían conducirla y ejercerla.

Los bienes de la nación se rematan al mejor postor. El mejor postor es el que ofrece a los funcionarios venales la mejor tajada. Imposible encontrar un acto de gobierno que no implique la venalidad. Es de larga data la costumbre del mexicano a “la mordida”, nomás que ahora las mordidas son multimillonarias. La mordida se le da al policía de punto para que no te infraccione por mal estacionamiento de tu carro, es decir, la mordida significa un bien a cambio de un pago. Ahora nos muerden como murciélagos, nos dejan simplemente sangrando.

La impunidad es tan inmensa como la ambición de quien vive de ella. Como el negativo de un Midas, todo lo que los alfiles del régimen tocan lo destruyen. En breve lapso han llevado a la quiebra a Pemex, al IMSS, al ISSTE, por mencionar lo más destacado de la organización gubernamental. Se dice que El Presidente se levanta a las seis de la mañana y se acuesta a las 10 y media, pero no se dice que en ese horario se dedica a desangrar la nación, literalmente desangrarla para el bien de su peculio y de el de sus allegados.

La ausencia de justicia se encubre con la militarización del país, que simula una lucha contra el crimen. Con semejante blindaje todo atraco es impune. Desde el cobro por protección que ejercen los criminales, pasando por la usurpación de banda presidencial, hasta los contratos incentivados a compañías extranjeras para la exploración, extracción y conducción de nuestro petróleo. No hay ley que nos ayude porque la volvieron letra muerta, aunque no contabilizada aún.

¿Por qué mi desesperanza? Porque lo que se ve no se pregunta y veo una parálisis anémica en las fuerzas sociales que podrían intentar revertir este cotidiano infierno. La izquierda partidaria vive el ensueño eterno de un poder que no persiguen y se conforman con la bisutería que gotea de Los Pinos, migajas. La izquierda ciudadana se ha empantanado en el juego electoral y acude al pueblo para validar sus veleidades personales, aunque sigue siendo la ùnica alternativa. Los ciudadanos de a pie vivimos entre el pasmo y el miedo, apoyando en Twitter o en Facebook tal o cual causa. Los dolientes más conocidos, como el reciente caso del poeta Javier Sicilia, encabezan marchas y plantones que al menos le llevan viento a Juárez. Y nada más.

Pero ya vienen las elecciones, dirán algunos, ya los ciudadanos tendremos oportunidad de elegir y cambiar. Me temo que esa opción, tan fervorosamente socorrida por los intelectuales de la alternancia y los de la transición, está igualmente cancelada. Desde que Fox entregó la banda presidencial a Calderón en la oscuridad de la noche previa a la toma de posesión constitucional quedó establecido que el poder no se alcanza en las urnas sino en el atraco a las instituciones.

Los màs ilusionados invocan la guerrilla y el marxismo y la toma del poder por el proletariado. Pero si los transicionistas abolieron la lucha de clases en cuanto el neoliberalismo se asentò en sus miras. Nada màs improbable que una disrupciòn guerrillera.

Por eso, parafraseando a la falange española, cuando escucho la palabra alternancia guardo mi credencial de elector.

Solo nos queda Dios y Dios no existe.

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