martes, 4 de agosto de 2009

NIÑO FELIPE


Me apena Felipe, tan solo, tan chiquito, tan quién sabe. Nadie escucha ya su justa prédica. Su barquito, el del gran calado, se mira trémulo, maltrecho, temo que una perfecta tormenta acaso dañó su casco blindado o alguien muy de la familia anduvo jugando con lumbre en la cubierta, cerca del arbolado principal. Lo veo tan triste, a ratos creo que sólo su inmenso juego de soldaditos le da tranquilidad y el tableteo rítmico de las ametralladoras arrulla ese bello sueño que su numen alberga y nadie entiende. La vida lo maltrata sin justicia aún en sus juegos preferidos, ayer los curas repelaron feo cuando vieron a los soldaditos entrar en una iglesia y echar descontrol enmedio de la eucaristía, los curas, los hombres de la negra sotana tan bienamados por Felipe lo negaron más veces que Pedro a Cristo, qué va. Ahora lo vi con su amigo Zelaya, el sureño del sombrero alón, al que también le dicen el presidente, secretamente compartía con él las penas duras de los malqueridos. Le habrá contado del juego de papelitos tachados que recién perdió y su amigo vaquero lloraría en el breve hombro de Felipe la incomprensión de esos riquillos que todo lo quieren menos a los presidentes. Y es que Felipe siente hondo el desagradecimiento de esos riquillos. Ellos le regalaron una silla -chica por cierto pero eso es por su estatura porque la silla de Vicente era grande pero para que cupiera su alto vacío- y es como si le hubieran regalado el comedor completo pues por esa sillita andan siempre pidiéndole más y más cuando si la voluntad de Felipe bastara no les faltaría ni el bendito, pero la ambición les gana a esos malagradecidos, lo ven sin dinero y más se burlan. A ratos se consuela en el juego diario con sus amigos. El gordo Agustín, uno de los cercanos, se desangra las manitas buscando agua en las piedras para aliviar la sed infinita de espirituosas bebidas de los santos patrones de Felipe, cierto que es poco lo que el gordo encuentra pero Guillermo, el Condorito, nadando en el mar de la discordia, se solaza contrariando los quehaceres de Agustín y cubre las piedras con metales y por eso el gordo mejor se va donde le fíen el agua y le limpien las manitas, todo eso le duele a Felipe y es por eso que se mira como enojado a veces, con una cejita levantada. Por eso arranca para el club de los más de 300, donde muy pocos lo contradicen o le hacen muecas, es más, los del club le están preparando una fiesta sorpresa dentro de pocos días y nadie, pero nadie sabe cuál es la sorpresa. Cuando de plano el enfado le llena el poco hígado de piedritas agarra camino brincando fronteras como liebre en panteón, así llegó hace días a la casa de Arias en Costa Rica, donde le dijeron que la gringa Clinton le tenía encargos de mucha confianza y volvió más apaciguado, por eso Zelaya vino a agradecerle que cumpliera el papel honroso y destacado de hablar de lo que la gringa le recomendó y es que Felipe se mira en ese espejo y pues se asusta de pensar que le vayan a quitar sus juguetes como al sureño. Muino se pone Felipe cuando nadie hace caso de sus llamados de atención, él avisa cada mes lo de los empleos pues para eso es presidente, para los empleos. Avisó que hubo 9 mil en febrero y que en julio fueron 12 mil más, pero nadie entiende, el pelón del Inegi también le juega las contras, como el Condorito, y avisa que los empleos de Felipe no cuentan porque hay 600 mil que no tienen empleo, será que no buscan bien o que el pelón poco le pone a los números pero el humor de Felipe ya no aguanta más y por eso se amacha y regaña hasta a los desconocidos y les dice traidores malhablados. Para mí que lo hace sin coraje porque lo que le pasa es que está chipil. Si fuésemos buenos mexicanos lo ayudaríamos de verdad regalándole un pase a la final adelantada del torneo de presidentes y si Felipe no fuera tan propio como es él les tiraría con la silla a esos ricos a los que las agujas, los ojos, los camellos y el cielo les tiene sin el menor cuidado. Duermen como el chapito Bours, el de Sonora, como bebés sin calcinar.
Pero, como dice el clásico, el amor acaba y así ni modo.

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