jueves, 2 de julio de 2009

VAMOS A VOTAR


De la retahíla argumentativa acerca del voto nulo, en contra o a favor, me quedo con la observación que hiciera una destacada académica de la UNAM: mi voto fue anulado desde 2006. Me parece definitivo. Sin más vueltas y dramas sobre la dirección en la que influye el voto ciudadano, sin mensajes subliminales o evidentes a la clasepolítica y a los partidos mediante una votación copiosa y diferenciada, el hecho es que el fraude en la pasada elección presidencial dejó a los ciudadanos inermes ante las decisiones de quienes califican el resultado del sufragio. Sin duda es enorme el avance alcanzado en la construcción de instituciones electorales capaces de brindar certeza y transparencia en los delicados procesos de elección. El Instituto Federal Electoral fue elemento clave para que el Partido Acción Nacional accediera de manera legítima y legal al poder presidencial en la triste figura de Vicente Fox en 2000, en lo que significó la cereza de un pastel cuidadosamente elaborado durante la última década del siglo pasado. Fue sobre la base de esta experiencia exitosa en el plano formal, que los mexicanos dejamos en el IFE el manejo de las cifras y resultados de la elección de 2006. Pero nos salieron con domingo siete. Las autoridades electorales manosearon las cifras a favor del candidato de la derecha y ante el tremendo hueco abierto en su credibilidad dejaron la calificación de los resultados a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyos ministros nos comunicaron oficialmente que el proceso había estado empañado por la ingerencia del Ejecutivo Federal, por la asonada televisiva de los empresarios, por dinero mal habido para las campañas, por un conteo de votos desaseado, pero que como no había forma de medir el impacto de estas acciones en los resultados de la elección daban por bueno el recuento parcial de algunos distritos electorales y con una diferencia mínima de votos a nivel nacional le entregaron el reconocimiento a Felipe Calderón. Así, sin más, cuando lo razonable era contar de nuevo todos los votos y acabar con la rabia y el perro allí mismo los jueces determinaron despojar al electorado de su decisión soberana y anular el esfuerzo de edificación de las nuevas instituciones.

Y una cosa llevó a la otra. Un presidente con semejante carga de ilegitimidad, pero con interés de servir a su país, podría haberse liberado de modo más o menos rápido y ordenado de los compromisos particulares que lo pusieron en el mando supremo de la nación y empujado un proyecto propio, convocando para ello al pueblo y tejiendo fino con los poderosos. Pero Felipe El Breve se entregó de inmediato al despilfarro de lo que no tenía. Antes de cumplir una semana en el despacho lanzó al país al barranco de la militarización. Iluminado con el aura de un santo se lanzó a la cruzada contra el narcotráfico a fuerza de pura bala y aquí estamos todavía, con 12 mil muertos encima y el narco muerto de la risa organizando las elecciones a modo. Íbamos apenas en el recuento y en la discusión sobre quien iba ganando la guerra cuando Calderón emprendió la privatización de Pemex en una iniciativa que en un país diferente al nuestro le hubiera valido la acusación de traición a la patria. Y el discurso se endureció y todos los que no comulgamos con su fe pasamos a ser sus enemigos y las ofensas y agravios presidenciales se sumaron al descontento original de saberlo ilegítimo. En eso estábamos cuando parió la abuela, la crisis mundial del capitalismo nos tocó de frente. No es verdad que la crisis llegó de fuera, afuera estalló pero México tiene al menos tres décadas de lento crecimiento económico y una planta productiva orientada al mercado externo y una política económica de carreta uncida a la bestia del norte. No sólo padecemos el frío que llega del norte, tenemos en casa un hato de funcionarios tan incapaces como soberbios, tan abandonados al canto del dinero como irresponsables. Tardo para reconocer lo que el mundo ya padecía, El Breve comprometió -en uno de esos discursos desgarradores que acostumbra- una recuperación pronta basada en la acción directa del Estado sobre una economía en crisis, con las clásicas y obligadas medidas anticíclicas que imponen una agresiva inversión pública, y centró el poder de la palabra en la construcción de una refinería de petróleo, muy a tono con la derrota en el Congreso de su perversa iniciativa. Bien lo dijo López Obrador: “lleva dos años y no ha pegado un ladrillo, cómo creen que va a construir una refinería”. Es la hora que no está definido el terreno donde se presume habrá algún día una nueva refinería. Del proyecto joya del sexenio, Punta Colonet, nada se puede decir porque nada sucedió.

Felipe Calderón no tomó nunca el camino de las grandes decisiones y abandonó al país a la suerte de los especuladores, regaló una quinta parte de las reservas monetarias al mejor postor y se dedicó de lleno al estrellato televisivo, a la banalidad y el ridículo internacionales y allí lo tomó la influenza y perdimos otra tajada del producto interno bruto. El país está sumido en la más grave crisis económica conocida. No hay horizonte donde descansar la vista. La producción industrial en el suelo, la inversión fija (pública y privada) estancada –si no es que decreciendo relativamente, las remesas de nuestros compatriotas en Estados Unidos en caída, la paridad del peso siguiendo los tembeleques pasos del dólar, el maná petrolero seco por precios bajos y baja capacidad de transformación, el desempleo en niveles espeluznantes, el comercio exterior varado, y la mata dando. Súmele a esto, querido y único lector, la cuestión social (educación, salud, vivienda, derechos individuales, seguridad) y los 48 niños muertos en una guardería subrogada por el IMSS en Hermosillo y por favor no pregunte por qué votaré nulo el 5 de julio. La quiebra de las instituciones a manos de los bandoleros en el poder no deja espacio para deliberar civilizadamente.
No estoy ajeno al reconocimiento del valor del voto, por eso sufragaré. Sé bien el beneficio para los partidos autodenominados de izquierda que trae la decisión de votar por ellos, especialmente en la Cd. de México, donde el Partido de la Revolución Democrática tiene el poder, pero también estoy seguro que si fuera por el PRD la gubernatura de la ciudad ya se le hubiera ofrecido al PAN. Estoy claro que el voto útil es el que merme los resultados del PAN pero el PRI no es garantía de nada. No busco con mi voto sumarme a un movimiento cívico de protesta (y menos convocarlo) contra tanta majadería que vivimos a diario ni quiero enviar mensaje alguno a grupo político ninguno. Anularé mi voto simbólicamente, puesto que está anulado desde hace años. Coincido con Carreño Carlón en su entrega a El Universal de hace tres días, en condiciones de normalidad los resultados de una elección están decididos antes de las campañas. Así es nuestra normalidad.

Vale.

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