miércoles, 22 de octubre de 2008

LADRAN, SANCHO



En todas partes se dice. En la prensa escrita y electrónica, en la televisión, en la radio, en los blog. Algunos lo ladran y otros lo aúllan: López Obrador está acabado, el acuerdo del Senado sobre la reforma petrolera ha dejado al Peje sin motivos para su pleito callejero. No más pretextos para marchar ni plantarse ni por qué hacer mítines, los senadores ya acordaron la reforma de Calderón.

“Donde lloran está el muerto”, dice el refrán. Y JC Mouriño, Secretario de Hibernación (Monsiváis dixit), soltó el llanto justo al morir entre los senadores la propuesta calderonista de reforma energética, y decretó el fin de las movilizaciones, acto seguido el presidente del PRD vomitó la misma tontería y ahorita es una rebambaramba sobre el asunto. El martes, en previsión al anuncio del acuerdo senatorial, los jilgueros del gobierno nos tenían acatarrados con la gritería; que la reforma de El Presidente estaba por aprobarse, que gracias diéramos a que en la paz del recinto parlamentario, civilizadamente (no en las calles ni en las plazas), la histórica reforma estaba por aprobarse. Muchas veces lo dijeron y lo seguirán diciendo, pero cada vez más personas sabemos que lo que ocultan es quién elaboró la reforma que se aprobará y nos quieren embarullar diciendo que es la reforma propuesta por Calderón. Leamos lo que señala hoy Georgina Kessel (sin tartamudear y con ese cinismo a toda vela que distingue al gabinetito), secretaria ejecutiva de Energía:

"no hay ninguna razón para que alguna voz de la sociedad cuestione sobre la reforma energética que sería aprobada mañana en el Senado de la República ya que ha quedado claro que no solo no hay sino que nunca hubo la intención de privatizar Petróleos Mexicanos."
Doña Georgina padece muchos males, entre ellos y destacadamente el que no lee o lo que es peor, no entiende lo que lee, y así recorrió más llanos que ciudades pregonando la reforma privatizadora, hoy en el basurero del Senado.

Lo decíamos en una entrada reciente, sin triunfalismos pero con énfasis hay que reconocer que la izquierda supo –esto sí, en un acto histórico- allegarse recursos intelectuales para formular una propuesta lo suficientemente sólida como para aprobarse en su totalidad, ha estado al frente de un movimiento social lo suficientemente ágil y amplio como para arrinconar políticamente a El Presidente y su camarilla de ignaros, y los representantes populares de los partidos de izquierda han superado, hasta este día, las protestas de pancartas en los recintos parlamentarios para abrir vías a una real interlocución con los partidos de derecha (los de centro no existen, salvo por autonombramiento). Y todo lo anterior se articuló alrededor del movimiento encabezado por López Obrador. El texto que rescata a Pemex de las uñas del capital privado lo preparó un grupo de expertos a solicitud del Frente Amplio Progresista, del cual el PRD es parte, es decir ni los del PRD escribieron media línea. ¿Por qué ladran si todo está claro? ¿Qué tanto temen? Creo que la respuesta la ofrece Mauricio Merino en el excelente artículo que publica hoy en El Universal, el cual reproduzco a continuación. (Curioso e inútil: no milito en partido alguno ni simpatizo con ninguno).

Mauricio Merino
Aquí no pasa nada
El equipo de campaña de John McCain está acusando a Barack Obama de convertirse al socialismo, porque este último pretende incrementar la influencia del gobierno de Estados Unidos en la redistribución del ingreso, a fin de crear mejores condiciones de vida para los más pobres. Dice que Obama es peligroso.
En cambio, aplaudió la intervención del gobierno de George W. Bush en el rescate público de los bancos que abusaron del crédito hasta producir la crisis mundial que nos agobia. Desde su punto de vista, el gobierno de Obama podría ser peligroso si entregara más dinero público a la gente, pero sería eficiente y acertado si gastara más en las empresas y en los bancos.
Usar los recursos fiscales disponibles para respaldar el éxito del sistema financiero se ha vuelto una consigna económica tan poderosa, como impedir que esos dineros fluyan en exceso hacia quienes no tienen los medios o las capacidades suficientes para acceder a los mercados de consumo.
Según esa consigna, lo más urgente para los gobiernos es conservar la calma: no sobreactuar, sino mantener las cosas como estaban. Aunque sea la gente la que pague después todos los costos, lo relevante es mantener la situación en paz: como si no pasara nada. Por eso Obama es peligroso: porque puede hacer creer a la gente que el gobierno le respaldará en la crisis y desatar un efecto en cadena para el mundo.
Sin embargo, estamos en medio de un juego de especuladores. Y aunque la evidencia nos está diciendo a gritos que algo grave está fallando, no hay alternativa. Los dineros públicos deben usarse para apuntalar el modelo que generó la crisis, a pesar de los efectos que tendrá en el crecimiento, en la generación de empleos y en el poder adquisitivo de la gente.
¿Quién habría pensado, hace apenas unos meses, que el gobierno de Estados Unidos acabaría comprando acciones de los bancos con dinero público? Si alguien lo hubiese dicho, lo habrían tachado como un loco. Pero hoy todavía es más peligroso imaginar siquiera que los dineros públicos pueden repartirse entre los más necesitados y que esa estrategia podría ser exitosa. No alcanzaría para todos, minaría la lógica del régimen fiscal, produciría inflación y rompería en definitiva la esperanza de recuperar el crecimiento. Pero, sobre todo, sería muy peligroso, pues la gente se daría cuenta de la fragilidad de este modelo.
En México pasa lo mismo. Hace apenas unos días, el secretario Agustín Carstens reveló que un grupo de empresarios intentó especular con el valor del peso, en busca de recursos para paliar los efectos de los juegos de ruleta que asumieron en mercados derivados. Para evitar una devaluación salvaje, buena parte de las reservas del país se fue como el agua: en una semana se subastaron 11 mil 200 millones de dólares.
Pero la prioridad indiscutible era mantener la confianza en los mercados financieros, aun a despecho del costo que pagará el país en empleos y crecimiento. Porque lo peligroso, en esa lógica, no es perder reservas, sino perder confianza.
La razón de esas angustias es la misma y es devastadora: nadie sabe bien a bien cómo afrontar la crisis, porque lo que se está cayendo es el modelo de distribución que la produjo. Los peces grandes que no sólo se comen a los chicos, sino que acaban comiéndose a sí mismos.
Ya había atisbos con los casos Enron y Parmalat, entre otros, pero parecían aislados. Hoy sabemos que eran anticipos de lo que vendría (el búho de Minerva siempre canta al amanecer, diría Hegel), y sin embargo lo importante sigue siendo fingir que todo esto es pasajero, que aquí no pasa nada.
Profesor investigador del CIDE

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